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La asonada de ultraderecha en Brasil

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En su mayoría con camisetas impresas con los símbolos nacionales de Brasil, una organizada turba atacó las sedes de los tres poderes del Estado, en Brasilia, el domingo recién pasado. Fue una acción desestabilizadora, preparada, bien financiada y audazmente realizada.

Esta acción fue, en primer lugar, en contra del Jefe de Estado, el Presidente Lula da Silva, pero también abarcó el Poder Legislativo y el Judicial, en consecuencia, es un alzamiento que arremete con su odio furioso en contra de los 3 poderes que han cimentado desde hace varios siglos, el régimen democrático. Es un ataque que incluye al Presidente, pero que ataca la democracia en sus cimientos. Quien pudo hacerlo? una política y una ideología visceralmente antidemocrática, populista y autoritaria que en América Latina pasa a convertirse n la cuna del neofascismo.

Esto se explica porque el cerebro de esta asonada considera que la victoria de Lula, que como Presidente asumió el Poder Ejecutivo, no hubiera acontecido si en los otros poderes no imperara una supuesta y cómplice connivencia ante el avance de las fuerzas democráticas reunidas en el esfuerzo de reponer la dignidad del pueblo brasileño. Es decir, el revanchismo de Bolsonaro considera a los tres poderes comprometidos y que esa complicidad permitió lo peor, el retorno al poder de Lula y su Programa de inserción y cohesión social.

Como en otros líderes de ultraderecha, se trata de una visión totalitaria, a imponer en su conjunto, como regresión a un pasado supuestamente mejor, por eso, la acción de los vándalos que se movilizaron en Brasilia es profundamente reaccionaria al demandar un golpe militar, con el objetivo de una dictadura que refundara la institucionalidad sobre la base de la exclusión social y la concentración del poder en manos de la élite oligárquica de pensamiento ultraconservador.

Su Programa tiene alcance latinoamericano y es bien claro: que los militares tomen el poder y rehagan la institucionalidad conservadora y excluyente de los años 60-70, se trata de una propuesta que postula una “modernización al revés” retornando al tutelaje castrense, a los sátrapas de la “operación cóndor” y otras criminales aberraciones. Una regresión autoritaria en toda la línea.

Por eso, la izquierda en el continente debe tener una especial capacidad para unir y articular un arco de fuerzas con la fortaleza y amplitud necesarias para impedir el sucesivo desarrollo de la estrategia desestabilizadora que pretende crear el caótico desgobierno propicio para la intervención castrense. La autoridad democrática no puede permitir que los extremistas de ultraderecha golpeen abiertamente las puertas de los cuarteles incitando la acción castrense.

La guerra fría ya es solo un recuerdo del siglo pasado, hoy los institutos castrenses no tienen amenaza alguna desde la izquierda, como falsamente se pregonó en los años 60-70 y que los empujó a romper la institucionalidad; sin embargo, lazos y ramificaciones diversas en los uniformados son usadas desde los grupos de conspiradores en la derecha y ultraderecha para culpabilizar a la izquierda de los retrasos estructurales que tienen las sociedades de los países en América Latina. Así lo hizo y hace Bolsonaro.

En América Latina, hay que aislar y derrotar el neofascismo y reafirmar la responsabilidad histórica del socialismo y de la izquierda: la consolidación, ampliación y profundización de la democracia es la gran tarea histórica que está planteada.

Esa perspectiva exige un ancho y macizo proceso de acumulación de fuerzas, que enfrente la pobreza, la marginalidad y la exclusión social, con la voluntad transformadora necesaria para generar integración y crecimiento, en suma, construir un bloque político diverso, activo y potente, que asegure el régimen democrático en el continente.

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