Doctora en Ciencias Políticas, profesora emérita de la Facultad de Long Island University en Nueva York y colaboradora del Instituto de Estudios Avanzados (IDEA), Usach.
Estamos en la conmemoración del paso de 50 años desde el golpe sangriento de 1973 en Chile, que cambió las vidas de todos los chilenos y las chilenas. Como se sabe, el camino democrático y constitucional al socialismo de Allende chocó con los intereses de poderosas fuerzas, tanto en Chile como en Washington, a la luz de la Guerra Fría. Las Fuerzas Armadas terminaron abruptamente el proyecto político de Allende y la Unidad Popular e instalaron un régimen de terror. Entre otros actos represivos, suprimieron brutalmente la vida cultural del país, particularmente el movimiento de la Nueva Canción y el arte popular. Era evidente que los militares y la derecha temían y odiaban las transformaciones político-culturales que, en poco tiempo, habían cambiado el rostro de Chile. Los militares seleccionaron como blanco de sus ataques a los protagonistas de los movimientos contrahegemónicos—de los sindicatos, pobladores, intelectuales y artistas–y se movilizaron para borrar la memoria del período de las mentes de los chilenos mediante el terror político y, pronto, la severa austeridad económica, producto del modelo neoliberal de los Chicago Boys.
Los militares detuvieron a miles de funcionarios y partidarios de la Unidad Popular que no habían hecho nada ilícito pero que ahora eran considerados ‘enemigos internos’ del Estado. Otros fueron desaparecidos, torturados y asesinados. Una atmósfera de terror permeó todo el país. Los partidos políticos fueron declarados ilegales o disueltos. El decreto ley del régimen N° 77, de octubre de 1973, que prohibía los partidos políticos, fue un manifiesto sobre los males de la lucha de clases y la intención de los militares de extirpar el marxismo en Chile. Se estableció el toque de queda, se cerró el Congreso y se impuso la censura a la prensa. La música marcial llenó las ondas radiales. El régimen torturó a miles de personas en los estadios de fútbol y cárceles secretas; se suspendió el estado de derecho y dejó de existir el debido proceso. La sociedad chilena cayó en las garras de la violencia y el terrorismo de Estado.
Según las investigaciones gubernamentales oficiales que se realizaron en los años transcurridos desde el golpe, cerca de tres mil chilenos «desaparecieron» y aproximadamente cuarenta mil fueron torturados bajo el régimen, que duró hasta 1990. Muchos más murieron y decenas de miles fueron exiliados.
Creo que una contribución a la memoria histórica es recontar las historias de personas que vivieron el periodo. Por esto, después de una conversación reciente con una pareja de amigos queridos, decidí, con su consentimiento, reproducir sus historias. Hay miles, millones de estas historias y a mí me parece clave recuperarlas, especialmente en un tiempo de mentiras, olvido, desinformación y manipulaciones políticas.
Esta pareja, Miguel Godoy e Ilia Suazo, vivieron el golpe en carne propia como jóvenes, como tantos otros. “Los recuerdos vienen como fogonazos”, dice Ilia. “Yo era una adolescente de 14 años, la segunda de cuatro hermanos en una familia con ideas de izquierda. Recuerdo que ese día, 11 de septiembre 1973, no tuvimos clases, pues se había anunciado un paro general de profesores como presión para que Salvador Allende renunciara”.
Por su parte, Miguel dice: < En el barrio Buzeta nací un 7 de noviembre de 1952, hijo menor de 6 hermanos; mi padre profesor de artes gráficas trabajó muchos años en La Gratitud Nacional. Mi padre, por su relación con Los Salesianos, tuvo una fuerte influencia religiosa, también conservadora, lo que lo relacionó mucho con el partido conservador, incluso llegando a tener cargos políticos como regidor, equivalente a concejal hoy día. Siempre fue respetuoso de la democracia, y a pesar de ser contrario a la Unidad Popular, no justificó el golpe de estado>.
La historia del barrio Buzeta se caracterizaba por ser popular, Miguel explica. Vivió allá Lorenzo Valderrama, un cantante melódico, folclorista, famoso cantante de la Nueva Ola. Frente a la Plaza Buzeta, nació y vivió Giolito, cantante, percusionista muy importante en Chile. Además, aquí vivió Daniel Díaz, ex jugador de Colo Colo y ex seleccionado nacional. En la Escuela Pedro Aguirre Cerda fue profesor Rolando Alarcón por muchos años, lo que permitió una gran difusión de la Nueva Canción chilena.
Ilia recuerda la mañana del golpe: <Escuchamos la radio Magallanes hasta que fue silenciada y luego solo se oían los bandos militares, que entre otras cosas prohibían a la gente reunirse en grupos, realizar manifestaciones, abandonar sus trabajos, etc. A la persona que no respetara esto, se le dispararía. Escuchar los disparos, los aviones sobrevolar y luego bombardear La Moneda y luego saber de la muerte del compañero presidente fue de las cosas más dolorosas que recuerdo y la primera vez que vi a mi padre llorar>.
Agrega Miguel: <Cuando se produce el golpe de estado el martes 11 de septiembre de 1973 fue muy triste ver que vecinos del barrio salían a las calles a celebrar, colocaban banderas, mostraban mucha agresividad a quienes habíamos sido partidarios del gobierno de Salvador Allende. Posteriormente se convirtieron en soplones que nos denunciaban>. Dice Ilia, <Mi padre era trabajador de una fábrica de muebles que conformaba con otras el llamado Cordón Cerrillos y esa mañana salió de su turno temprano lo cual lo salvó pues era conocido como simpatizante de Salvador Allende y de la Unidad Popular, y probablemente hubiera sido detenido; supo que sus compañeros que se quedaron fueron encerrados>.
Para Ilia las divisiones y la falta de solidaridad y hasta hostilidad de sus compañeras de curso fueron muy difíciles. <Desde ese día, el 11, todo cambió, sufrimos por tantas cosas, entre las cuales recuerdo el temor de que fueran a buscar a mi padre, el dolor por los que desaparecen, los torturados, los muertos, los ruidos de disparos y carreras en las noches y sobre todo el reproche mudo de mis compañeras de curso, al volver a clases, como si yo fuera culpable de lo que había ocurrido, y no podía ser diferente pues era la única alumna del curso que tenía ideas diferentes en un colegio tradicionalmente católico y conservador>. De hecho, la dictadura fomentó ese tipo de sospechas y odio en toda la sociedad, para dividirla y controlarla mejor.
Miguel destaca un episodio que todavía recuerda con emoción. <Yo viví como muchos compañeros, había toque de queda que partía a las 20:00 horas hasta las 6 A.M. del día siguiente, y comenzaban los allanamientos. Fue así como después de las 20 horas, yo todos los días miraba por mi ventana esperando nuestro turno, hasta que llego el 15 de octubre, alrededor de las 20:30 horas, veo que comienza el ingreso por la entrada frontal de la casa que tenía rejas de madera. Eran muchos soldados de la FACH, carabineros, detectives que eran frenados por nuestros cinco perros. Rápidamente sale mi madre que impide que les disparen y los encierra en un gallinero. Posteriormente entran al living con una violencia inusitada, ya mi madre había salido a ver los perros, entretanto>. Con ansiedad el joven esperaba las fuerzas represoras. Relata: <Yo estaba con mi padre minusválido, sentado en su sillón, sin poder pararse; la irrupción tan violenta de los soldados con metralletas hace que, de una manera hasta milagrosa, mi padre logre pararse y les dijo a los soldados: ¿Usted cree necesario que van a necesitar esas armas con nosotros?
Eso logró que bajaran su violencia inicial, para retomarla al comenzar el allanamiento total de nuestra casa. ¿Qué encontraron? Tres revistas cubanas que se compraban en cualquier quiosco de la esquina.
Durante el allanamiento se sufre mucho por la exagerada violencia física y verbal.
Terminé siendo llevado detenido a la tenencia del barrio para ser interrogado y soltado al día siguiente. Mi pecado, haber sido simpatizante de un gobierno que quiso terminar el abuso en este país. Posteriormente y de una forma sistemática me iban a buscar a la casa para interrogar de diversos temas en los cuales no tenía ningún conocimiento. Quedaba claro que era para infundir el temor, y vaya que lo lograron, debo reconocer que conocí el miedo>.
¿Cuánta miseria, cuánto dolor, cuánto temor fueron instalados en estos días? El golpe intentó obliterar los años de esperanza, creatividad, solidaridad y transformaciones progresistas de los años anteriores.
Como dice Ilia sobre el 11, <Recuerdo el ambiente de tensión que reinaba en mi casa, el silencio conmovedor, el llanto callado, los ruidos externos y sobre todo, y esto siempre quedó rondando en mi mente, las gotas de lluvia, como lágrimas, que cayeron a media tarde como coincidiendo con la muerte del Compañero>. Este golpe feroz arruinó las vidas de tantas personas y familias. Y golpes igualmente feroces pasaron en muchos países de América Latina, donde había movimientos grandes para exigir los derechos de los excluidos y establecer sociedades más justas. Con los 50 años tenemos que recordar esa historia, y más: hay que actuar para asegurar que nunca más se repitan estos tipos de golpes antipopulares y antidemocráticos en ningún país del mundo.
