Periodista y Psicóloga.
La llegada del coronavirus como una pandemia mundial, cambió muchas reglas del juego para los seres humanos. Ese es el principal problema para analizar en términos psicológicos este tema. Uno vive con ciertas rutinas, de acuerdo a la personalidad que tenga. Más o menos estructuradas, pero rutinas al fin y al cabo. La ruptura de éstas puede ser desastroso, o al menos incómodo. Pensemos en las guaguas: saltarles una comida no es muy viable, como no lo es para los animales domésticos romperles sus hábitos. Te los exigen a maullidos o ladridos.
De modo que el primer problema de esta crisis sanitaria fue que nos robaran las rutinas. Laboral, familiar, recreacional, emocional. ¡Todas! De un día a otro, ya no había donde ir a trabajar, donde juntarse con los amigos, donde hacerse la kinesiterapia, donde partir a tomar aire, donde llevar a los hijos al colegio, donde estudiar. En fin. El mundo cotidiano desaparecido. Borrado de un plumazo. Con aviso de 48 horas o menos.
Primer shock. En Latinoamérica lo vivimos en marzo pasado, con estupor y con terror, mirando la cruda realidad sanitaria que vivía Europa. ¡Es decir, no fue un cambio de rutina como el que uno tiene en vacaciones o cuando viaja! Era una hecatombe mundial y había que asumir las repercusiones de autocuidado sanitario.
Luego del primer shock, vino el encierro. Es decir, la perpetuación del cambio de las rutinas. Uso ese termino porque así lo vivimos. Una semana, dos semanas, tres semanas de confinamiento lo vivimos como encierro perpetuo. Una condena en una cárcel constituida por los metros cuadrados que constituía nuestra vivienda, fuera en La Pintana, San Damián, Santiago Centro o la carpa instalada en el Parque de la Aviación. Una condena, pero sin tribunal, juicio ni condena previa. Y ese fue el segundo shock.
Chilenos rebeldes
¿Por qué debo estar en prisión si YO no he hecho nada? parece ser la pregunta que ha rondado a los miles de chilenos rebeldes, que han querido salir de esa cárcel y, lo cierto, lo han hecho descaradamente. Su actitud podría ser equivalente a la de un presidiario con condena que sale de la cárcel. Para él es imposible. Para los chilenos rebeldes, no. Y su rebeldía parece radicar en esa lógica ya enunciada. ¿Por que me tienen preso si yo NO he hecho nada? Es de suma lógica. Es lo natural, en tiempos normales. El delincuente que asalta un hogar sabe que, entre las repercusiones de su conducta, esté el que lo pillen y lo encarcelen. Y lo asume.
Pero el chileno, que venía de vuelta de sus vacaciones a fines de febrero, que empezaba recién a trabajar en serio después de las consecuencias laborales de la protesta social, que venía descansado a retomar sus rutinas y que aún veía como una película lejana algo que pasaba con un virus en Europa, no podía imaginar que a poco andar, el 18 de marzo exactamente, sería condenado a una pena que no entendía ni creía merecer.
Y, dado que las medidas de las autoridades no fueronlas más certeras –por decir lo menos-, vio que su condena aumentaba semana a semana. La dictaminaba el mismo “tribunal” que no sabía qué hacer con el bicho maldito, que ya inundaba Chile. Consecuencia, menos disposición a entender y obedecer.
Además, la plata empezaba a escasear porque las autoridades tampoco visualizaban las repercusiones de un encierro para quien sale a diario a ganarse el pan. Más razones para violar una condena vista como injusta por parte de miles de compatriotas…
Y henos aquí, a 2 meses y medio del fallo que nos encerró en casa, con casi 100 mil casos de contagios, 1000 fallecidos y medio centenar de muertos cada día.
Pero la condena sigue percibiéndose como injusta, no merecida y -más aún- no vivida ni remotamente por todos los chilenos de igual forma. Entonces, a pesar de la tragedia que lo rodea, el chileno sigue violando su encierro. Y sigue arriesgando su vida con ello. Y la de muchos que los rodean.
Y lo sigue haciendo porque ve que sus autoridades siguen sin dar soluciones, racionales y acertadas, a este infierno que le tocó vivir a la humanidad. Y porque, además, ve que en otros latitudes ya están saliendo de esa cárcel sin barrotes porque –en algunos casos- se hizo lo correcto y en otros, porque después de aprender a golpes y muertes, los ciudadanos aprendieron que era necesario asumir ese encierro imprevisto, injusto e inmerecido para salvar la vida del planeta y de nuestros congéneres.
