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Un Fantasma Recorre Chile: la Dispersión

Crédito foto: Patricio Muñoz Moreno

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Plebiscito 2020. Santiago de Chile

No hay forma de ganar la elección presidencial sin que la centroizquierda perfile antes una opción propia, evitando la migración de los votantes hacia otras opciones. No son pocos los que se están cansando de esperar a que este sector, que anteriormente ha reunido un consistente tercio de las preferencias, termine por convencerse de sus posibilidades de triunfo.

La promesa encarnada por el progresismo es la de unir a Chile en vista de producir un bienestar compartido y una mayor expresión de la diversidad. Pero esta promesa no tiene asidero sin haber conseguido antes la mayor unidad posible de los actores políticos próximos, una coalición básica reconocible y tras un programa común.

El tiempo razonable de espera se agota y la última oportunidad para que la centroizquierda lo logre surge de una primaria. La idea de que los electores esperarán tranquilamente a que se converja, después de darse mil vueltas, choca con toda la evidencia disponible. El que se retrase será olvidado.

La migración política será uno de los hechos más importantes a constatar en las elecciones del fin de semana. Están disminuyendo las personas que se sienten representadas a perpetuidad por un domicilio político fijo. Lo más significativo serán las candidaturas que muestren a organizaciones políticas que se están vaciando de poder por desface ciudadano.

Un gran actor político que se hará presente será la dispersión, cuyo efecto práctico es una sorprendente figuración de los opciones populistas. La dispersión es el efecto que se produce luego de que las opciones obvias llamadas a aglutinar se ausentan, pierden atractivo y se debilitan; es una consecuencia, no una causa. Cuando se pierde la esperanza llegan las ilusiones.

El futuro será de aquellos que se agrupen, congregando al mayor número de ciudadanos y de sus representantes ya electos en esta jornada cívica. Los partidos de derecha han perdido centralidad y son quienes más tienen que temer a los cambios que hemos tenido y que ahora se expresarán en las urnas.

Mientras la política siga siendo practicada como competencia de individuos, la batuta seguirá en manos de los más audaces, desinhibidos y de los que hacen eco de los sentimientos básicos presentes a flor de piel en un momento de crisis.

Dejar que eso haya pasado a ser la característica predominante de la vida pública chilena, muestra que hemos llegado a tener la conducción política más débil en los partidos desde el retorno a la democracia (esto, por supuesto, con la excepción de quienes tienen el buen gusto de leer estas líneas).

No son estos tiempos de imposiciones, es la gente la que decide y navegar contra la corriente solo agota. Tampoco se avanza estando siempre de rodillas frente a la primera reacción colectiva. No lideran los que sólo saben decir sí frente a la multitud. Es distinto seguir las corrientes profundas que las perturbaciones de superficie.

Para recuperar la actividad pública hay que practicar un juego de equipos, donde la conducción la ejercen los liderazgos cooperativos y responsables, que se hacen cargo de los efectos de sus acciones y omisiones.

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