viernes, abril 26, 2024
Edición Especial 50 años del golpe Cívico Militar“En mi población hubo solo silencio”

“En mi población hubo solo silencio”

Captura de pantalla: Informe Especial de TVN

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A través del tiempo han podido trascender los hechos, pero lo que de verdad resulta más difícil de transmitir es la atmósfera que todo cubría en septiembre de 1973. Y, sin embargo, sin eso no se entiende nada.

Nosotros, una familia de cinco personas, nuestros padres y tres hermanos vivíamos en Renca, en la población Ernesto Illanes Beytia. Una construcción Corvi, donde coexistían familias que se habían tomado parte de las casas cuando se había terminado de construir hacía pocos años, familias de gendarmes y de carabineros y de empleados fiscales, que era nuestro caso.

Éramos, por lo tanto, una población integrada, nada homogénea, en un país polarizado, tensionado, pero igual parte de un todo. Y aquí viene lo de la atmósfera.

Recuerdo que la noche del 10 al 11 de septiembre, mi padre llegó ya oscuro conduciendo su Citroneta. Al llegar a la casa nos comentó que una patrulla de militares le había dado el alto, cerca de la Planta Termoeléctrica. Le pidieron sus papeles. Terminado el trámite, uno de los militares le comentó: “si no se hubiera detenido, le abríamos disparado”.

Nos quedamos en silencio, como meditando qué podía significa aquello, y luego ya pasamos a otra cosa, es decir, a prepararnos para el día siguiente. No nos detuvimos a analizar mucho más el episodio, simplemente porque cada día venía plagado de acontecimientos parecidos.

Sin darnos cuenta, y pasara lo que pasara, había una tensión creciente que ya predominaba sobre cualquier otra cosa. Era como si el aire hubiera pasado de gaseoso a líquido y costara moverse.

Las actividades seguían, las noticias políticas lo cubrían todo, las marchas se producían a diario. Sin embargo, ya los acontecimientos daban la impresión de no pasar, o de haber perdido significado o realidad. La verdadera presencia era la espera. Y, en ese momento no sabíamos qué esperábamos.

Al otro día, lo que inundó todo fue el ruido, un sonido fuerte e inapelable que no habíamos escuchado nunca. Los aviones de combate surcando el aire. A partir de allí los ruidos empezaron a ser así: inapelables.

Lo segundo que pasó fue el corte de las comunicaciones. Dejamos de saber lo que pasaba, solo nos enterábamos de lo que los bandos militares querían que nos enteráramos. Y, sin la comunicación abierta, no podíamos saber qué era lo que acontecía. Solo había teléfonos fijos, nosotros no teníamos uno y el único comunitario de la población no estaba precisamente desocupado.

Durante el día, sucedieron los hechos que están en cualquier libro y en las redes. Lo que recuerdo es que la población guardó silencio. Cuadra a cuadra, cada casa tenía su posición política definida, pero esto nos estaba aconteciendo como población. No hubo demostraciones de nada. Solo silencio. Incertidumbre también. Fue lo que reemplazó a la enorme tensión acumulada que antes predominó.

Luego escuchamos por primera vez la voz de Pinochet en radio y vimos su rostro en televisión. Es inimaginable el choque que significa escuchar una voz rudimentaria, básica, hilvanando apenas frases. Parecía imposible que alguien así se estuviera dirigiendo a la Nación. Era abrumador.

Esa noche fue diferente a todas las demás. Por primera vez, los disparos se escuchaban desde muchos sitios y desde las más variadas distancias. Insisto en que ahora todos saben lo que estaba sucediendo, pero los que estábamos en medio de los acontecimientos no teníamos modo de enterarnos. Lo empezamos a saber por tanteos.

Luego, vino el toque de queda y la prohibición de salida a una hora insólitamente temprana, en pleno día. Nosotros vivíamos frente a un terreno rodeado de casas que con el tiempo se convertiría en una plaza. En ese momento oficiaba de cancha de fútbol.

¿Qué era un toque de queda? ¿Valía para el interior de la población? Era un misterio. De modo que, al llegar a la hora del toque, todos entraron a sus casas, pero, al mismo tiempo, mirábamos por la ventana para saber qué se podía esperar.

Tímidamente, y más por mostrar su valentía, unos cuantos jóvenes salieron con una pelota de fútbol, como si fuera un día normal. No lo era. Decenas de ojos los miraban desde las casas, detrás de las cortinas. En medio de la cancha, se daban unos pases muy extraños, porque nadie parecía mirar el balón, sino a todas las esquinas posibles que daban a la plaza. Pasaron unos minutos y nada. Los jugadores empezaron a tomar más confianza, los espectadores nos relajamos. Los pases se hicieron más confiados, con más estilo.

Cuando ya la normalidad parecía de regreso, uno de los jugadores mostró su talento dando un pase alto que se elevó con elegancia. Cuando estaba en su punto más alto y un entusiasta corría para devolver la pelota, desde una esquina apareció de la nada un militar y disparó un solo tiro al aire. El estruendo fue increíble. Todos miramos al mismo tiempo al personaje que entraba en escena. Recuerdo que cuando volví a observar la cancha, no había un alma y lo único que tenía movimiento era una pelota que todavía daba botes, al parecer por decisión propia.

El golpe de Estado había llegado a la población, es decir, que estaba en todas partes y no había rincón donde no pudiera llegar. Ahora sí sabíamos lo que había pasado.

Todavía era de día y, sin embargo, había caído la noche.

Víctor Maldonado R.
Víctor Maldonado R.
Analista político y sociólogo.

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