Es lo peor que nos podía pasar

Jorge Donoso

Periodista y abogado.

Estaba en la ducha, preparándome para ir a mi trabajo, en la Fiscalía de Televisión Nacional, cuando entró mi señora con una radio  me dijo:

-La radio está diciendo que hay un golpe de estado. Escucha.

Efectivamente, la radio, que pudo ser la Agricultura, daba instrucciones respecto al comportamiento que había que tener, ya que las FF AA se habían hecho cargo del gobierno.

Recordé dos hechos inquietantes que había vivido el día anterior. A media mañana del lunes, el director ejecutivo de TVN y asesor del Presidente de la República, Augusto Olivares, me dijo que quería conversar conmigo y me invitaba a almorzar. Lo pasé a buscar a esa hora, pero me explicó.

-Lo siento, no podemos almorzar juntos porque me llamó el Presidente y voy a hacerlo con él. Pero, por favor, acompáñame hasta La Moneda y conversamos en el camino.

En esos días tan inciertos, le preocupaba el acuerdo de los senadores y diputados del Partido Demócrata Cristiano (del que yo era consejero nacional) de renunciar a sus cargos para que Allende hiciera otro tanto. Le contesté que no tenía más antecedentes que los que eran públicos, pero me imaginaba que la búsqueda de una salida a la crítica situación en que estaba el país. Sé que mi análisis no le dio tranquilidad.

La otra circunstancia fue que Gladys Marín, diputada y secretaria general de las Juventudes Comunistas, me había invitado a comer a su casa, la noche del 10 de septiembre, regresada recién el sábado, del Festival de la Juventud, realizado en Moscú. Llegué a su casa a la hora convenida, pero me atendió una persona que me dijo que no estaba ni ella, ni su marido y no sabía a qué hora podrían regresar.

Me pareció muy raro que no me hubiese llamado para avisarme que no habría comida. No pedí explicaciones porque eran de imaginarse las que podrían haber recibido, por lo que regresé a mi casa muy preocupado por esta situación.

Volviendo a la mañana del 11, estaba intranquilo por lo que escuchaba en la transmisión radial por lo que llamé a Bernardo Leighton, tal como lo había hecho cuando se produjo “el tanquetazo” y la declaración de la Cámara de Diputados que hacía reparos a la conducta del gobierno en una serie de hechos y exigía un cambio de actitud.

Leighton me respondió que había pasado lo que tanto se temía y que me fuera a su casa.

Le agregué:

-¿Qué le parece que pase a buscar a don Radomiro (Tomic), ya que me queda en el trayecto?

Don Bernardo asintió de inmediato y así lo hice.

Encontré a Tomic en el living de su casa escuchando una radio a pilas las novedades que se iban produciendo. Me dijo que le extrañaba que Allende no tuviera preparado un discurso, ya que este golpe de Estado se veía venir. No sé si Allende tenía preparado un discurso, pero sus palabras finales se transformaron en un acontecimiento de trascendencia mundial. Don Radomiro me dijo que prefería quedarse en su casa en contacto telefónico con Leighton.

Al llegar a mi destino comprobé con sorpresa que Tomic venía saliendo de la casa del exministro. Le pregunté a quien le acompañaba y me informó que ante la insistencia de don Bernardo había decidido ir a su casa, pero en ella había encontrado una persona que no le daba confianza, por lo que se iba retirando.

En el interior encontré a un grupo de camaradas que habíamos coincidido en el mismo lugar cunando se produjo el “tanquetazo” y el día que se aprobó una declaración de la Cámara de Diputados que planteaba una serie de críticas al gobierno por incumplimiento de normas legales y constitucionales.

Supe que Leighton e Ignacio Palma intentaron ir a La Moneda a solidarizar con el Presidente, pero algunos de los asistentes lo impidieron por el riesgo que significaba el desplazamiento hacia ese lugar y el desconocimiento de lo que estaba ocurriendo allí.

A su vez, se supo de las primeras detenciones de algunos miembros del gobierno o de otros dirigentes de la Unidad Popular. Se discutió sobre qué acciones se podían interponer en su defensa. Alguien planteó la posibilidad de recurrir de amparo por ellos, pero era imposible acudir a la Corte de Apelaciones. En ese momento, les recordé que incluso se podía interponer ese recurso por teléfono, lo que hizo don Bernardo de inmediato. Fue el primer recurso de amparo rechazado por la Corte, luego vendrían miles que por tener el mismo destino significó la muerte, la tortura y su desaparición para muchas personas.

También, se planteó la posibilidad de hacer una declaración pública, lo que se aprobó y el mismo Leighton comenzó a redactarla, para ser firmada finalmente al mediodía del 13 de septiembre, en la casa de Ignacio Palma, y que es conocida como la “declaración de los 13”.

Se aproximaba el toque de queda así es que nos retiramos a nuestras casas.

En la casa, recibí varias llamadas telefónicas, entre ellas la de mi jefe, el fiscal de TVN, quien me dijo:

-Te llamo porque me acaban de confirmar que se suicidó Augusto Olivares, y sé que le tenías mucho aprecio. También se suicidó Allende. Estos hechos los he sabido porque hablé con Juan Enrique Lira, fotógrafo de El Mercurio que estuvo en La Moneda.

Ambas muertes me impactaron profundamente, pero la de Olivares me tocaba directamente porque, en algún momento me pidió que en lo que pudiera ayudara a su mujer, la actriz Mireya Latorre, por lo que podía pasar. Me sentí con la obligación de contarle lo que había pasado con su marido, pero debido al toque de queda no podía ir a su casa.

Me acordé de que su hermano, Mariano, era médico de la Posta Central y hasta allá habían llevado el cuerpo del periodista. La llamé y le pregunté si sabía algo de Augusto. Me dijo que no; entonces, le sugerí que llamara a su hermano porque él podía saber algo. No se me ocurrió que otra cosa podía hacer.

También me llamaron algunos familiares, entre ellos una hermana que me dijo:

-Con el caos en que estábamos, ahora estarás más tranquilo.

-Es lo peor que nos podía pasar, le respondí.

Este diálogo lo había olvidado, pero me lo recordó mi hermana un tiempo después, coincidiendo ella ahora con el juicio que yo había hecho, en esa oportunidad.

También vinieron algunos vecinos del mismo block a pedir el teléfono, ya que era de los pocos que tenía uno en ese lugar. Uno de ellos, buena persona y bien intencionado, me dijo:

-Menos mal que ya terminó el gobierno de Allende y las cosas van a mejorar.

La tensión, el cansancio, el miedo, la pena, la impotencia, las emociones y la rabia rompieron mi resistencia y me puse a llorar inconsolablemente.