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El Consumo me Consume

Crédito Fotografía: Patricio Muñoz Moreno

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Fue una mañana nublada y fría de septiembre de 2020 en plena Plaza de Armas de la capital del reino de Chile: Santiago. A pocos pasos del metro que lleva el mismo nombre del lugar de reunión de centenares de personas que se reúnen para huir del desconfinamiento, se erige la mole del consumo más brutal en tiempos de pandemia: el centro comercial Falabella.

Un larga fila que daba vuelta desde calle Puente hasta Monjitas, teniendo como telón de fondo la Catedral Metropolitana, tan poco santa a la luz de lo que se ha sabido de abusos de parte de sacerdotes y religiosas, la distancia física no se respetaba para nada. Familias enteras, con coche incluido para un bebé casi recién nacido, importaba la nada misma. La idea era asistir a los “ofertones” que dicha casa comercial anunciaba en miles de celulares de chilenas y chilenos para nada más que consumir. Mal que mal, el 10 por ciento retirado de sus pensiones, a futuro miserables, no hacían otra cosa que ir a desembolsar, sin  preveer siquiera que el destino es para nada cierto.

Hace más de dos décadas, el sociólogo y profesor universitario, Tomás Moulián, escribió una profunda reflexión sobre cómo el modelo neoliberal, heredado de la dictadura y continuado en democracia, había calado en los huesos de los millones de habitantes que poblan nuestro país. En un análisis descarnado, que denominó en su pequeño librito, “El consumo me consume” , el maestro bajito y de barba blanca, daba cuenta cómo ese modelo de los Chicago boys, había entrado a nuestras casas para quedarse para casi siempre.

Casi, porque hubo un punto de inflexión que ni siquiera lo había pensado en sus mejores sueños Tomás Moulián. Fue ese 18 de octubre de 2019, cuando un grupo de personas, que fue creciendo día tras día, se manifestó no solo en Plaza Italia, que después con el mejor de los ingenios se le denominó Plaza de la Dignidad, sino en cada pueblo del país. Y todo el mundo pensó que habría un cambio radical a la manera que los chilenos y chilenas mirarían Chile de ahora en adelante.

Pero no fue así. Bastó que el Covid 19 entrara de improviso a nuestras vidas para que ese fragor en todas las plazas del mundo se modificara. Algo se hizo mal, porque el rescatar ese 10 por ciento, justo y necesario, debería ser para las cosas más urgentes de la vida y no para comprar bienes suntuosos que se terminan acabando de la noche a la mañana. Se sabe que la capacidad de ahorro de la población chilena -hoy 5 millones de chilenos y chilenas está endeudada- es prácticamente nula. A ciencia cierta, ha faltado una pedagogía más tangible para ahorrar en los tiempos de las vacas flacas. Y no es arbitrario decirlo, cuando ya son más de 3 millones las personas desempleadas.

En fin, se trata de una herida abierta no hablada y donde el modelo económico hace estragos, estimulando a esos seres humanos que gastan lo que no tienen y compran lo que no necesitan.

Cuando Chile está ad portas de sufragar en el plebiscito del próximo 25 de octubre de 2020, no basta con votar Apruebo, contar con una Convención Constitucional y con la paridad de género, sino también pensar seriamente qué modelo de sociedad requiere Chile para ser más igual, sobre todo en lo económico y social.

Una tarea que preocupa cuando ya los medios de comunicación tradicionales y empresariales han empezado a vocear a los potenciales constituyentes, en su mayoría aquellos y aquellas que pregonan mantener el estado actual de las cosas. Si tu marcha valió de algo, después de ese 18 de octubre, tienes que estar atento para que en una nueva sociedad todo cambie con tus derechos, pero también con tus deberes.

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