viernes, abril 26, 2024
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Los Profesores en la Primera Línea del Cambio Social: La Historia de los Buses Aulas

Foto archivo familiar Elena Osorio Muñoz

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Después del triunfo de Allende en las urnas, ese histórico 4 de septiembre de 1970, comenzó a transitarse hacia un cambio social, que se respiraba en las calles de cada ciudad y pueblo del país. Comenzaba a concretarse esa anhelada transformación de miles y miles de chilenos para -por primera vez- tener un gobierno construido por los trabajadores de Chile. Con ese espíritu, miles de docentes, desde Arica a Punta Arenas, se sumaban al proyecto impulsado por el gobierno del Presidente Salvador Allende

En sus primeras 40 medidas se plasmaba la importancia que tendría la educación para el pueblo de Chile. Al cumplirse 50 años del triunfo histórico de Salvador Allende y su vía democrática al socialismo, es indispensable recoger los testimonios y vivencias de aquellos profesores normalistas que participaron de la transformación educativa en las aulas. Si bien la denominada Escuela Nacional Unificada (ENU) nunca fue un proyecto materializado, pues tuvo una férrea oposición desde los sectores más conservadores del país y fue desacreditada antes que viera la luz, sin embargo, fue una aspiración del propio Mandatario, quien declaraba que la educación para todos era un imperativo ético de cualquier sociedad.

Indagamos en las vivencias de maestros y maestras que fueron protagonistas de la historia y llevaron adelante el cambio educativo en las aulas. Conversamos con cuatro maestros normalistas que fueron parte del proceso histórico y que trabajaron en escuelas durante los años 70: Oscar Pedreros. de 86 años; Elena Osorio, de 77 años; Patricia Garzo, de 74 años; y Sonia Martínez, de 72, quienes vivieron el proceso en las aulas.

Historias de sacrificio y amor

“Egresé el año 1957 de la Escuela Normal Superior José Abelardo Núñez”, cuenta Óscar Pedreros, quien recuerda con nostalgia esa época. “Llegué a la escuela Nª 1 de Peumo a hacer docencia y ahí fijé mi residencia. El normalista salía impregnado de un compromiso social, orientado a los más desposeídos, por lo que muchos colegas se inscribían en partidos políticos como lógico resultado de la labor pedagógica orientada a educar a los hijos de la clase más desposeída, ya que vivíamos en una sociedad tan desigual como la de hoy”.

“Así nos encuentran las campañas electorales desde el año 57 al 70. Elecciones de alcaldes, regidores, las parlamentarias y muy especialmente las presidenciales del 58, 64 y 70. En todas ellas mi voto y el de mi familia cercana fueron para Allende. Por eso es que el 4 de septiembre del 70, fue un día de gran celebración, sólo comparable posteriormente con el 5 de octubre cuando Triunfamos con el NO”, añade Pedreros.

El 4 de septiembre, recuerda, “fue un día que se quedará en la memoria para siempre: por primera vez el pueblo, en Peumo, donde yo estaba:  trabajadores, intelectuales, campesinos, obreros, dueñas de casa, estudiantes, llegábamos al poder, acompañando a ‘nuestro Presidente’. En él depositábamos todas las esperanzas de justicia social, de igualdad ante la Ley, de verdadera hermandad entre los seres humanos, de mejorar la vivienda, la salud, los sueldos y salarios, en fin, de vivir en un mejor mundo”.

“El slogan de Allende era lucha por el hombre nuevo y, los que estábamos comprometidos con la causa, queríamos cambiar Chile. El legado Allende fue su ejemplo y eso lo traspasó a los docentes”, rememora Óscar.

“En la región donde yo estaba era un sector productor de frutas, especialmente de limones. Entonces los padres decían a los hijos: si les iba mal podían trabajar en los camiones trasladando limones, entonces teníamos muchos obstáculos para mantener a los niños en las escuelas”, enfatiza respecto de las expectativas de esos niños de entonces.

Otro testimonio

Patricia Garzo recuerda que estudió en el Normal anexo 2, que estaba en Independencia. “Me tocó hacer la practica en Barrancas, aun no salía Allende y, una vez terminada esa práctica, me designaron en un colegio en El Monte, porque teníamos que hacer una práctica rural. Cuando llegué a mi designación en la provincial y me dieron los documentos del colegio, llegamos a una barraca de madera que estaba al interior de un fundo. Era una instalación muy precaria que tenía sólo una ventana y una puerta de acceso. Era una barraca que se había quemado y, por eso, la destinaron para que fuera una sala de clases. Esto se encontraba en el Fundo La Macarena. Había dos letrinas, sólo una llave con agua y, la mejor letrina, era para las profesoras. Cuando llegamos, enmudecí del impacto”, detalla Patricia.

“Pero yo estaba feliz con mi compañera porque iba a enseñar en el fundo la Macarena. Me tocaba ir a Calle San Borja y tomábamos las Paichinas, las Montinas, las Talagante, liebres que nos trasladaban y empezamos a trabajar en ese sector rural. Había mucha pobreza, los niños llegaban con ojotas a la escuela y, cuando llovía, ellos tenían que sacarse sus ojotas y sus calcetines y arremangar sus pantalones y atravesar caminando todo el campo para llegar a la escuela. Y nosotros los esperábamos con un bracero y leche caliente… mientras ellos secaban su ropas mojadas y zapatos”, cuenta la maestra entre lágrimas.

“Ahí vi de cerca la pobreza, porque eran los niños del sector de La Puntilla y alrededores. Andaban con ojotas y atravesaban y se mojaban enteros. Y eso fue justo en el periodo de Allende, para las elecciones presidenciales. Se notaba el cambio de gobierno, porque en la junta escolar que les iba a dar almuerzos se comenzó a notar el cambio en el menú de los almuerzos de los niños: comenzaron a darles un día pescado, otro pollo, carne de vacuno y su medio de litro de leche”, añade Patricia Garzo.

“Cuando Allende fue electo, estaba en el fundo La Macarena. Todos estaban felices y me acuerdo ese día: la gente salió a las calles gritando, cantando, incluso recuerdo que andaban carretelas con caballitos en la Alameda, había camiones, camionetas, todos en la Alameda, iban y venían felices, las personas cantando. Ese día fue una alegría muy grande, se vio el cambio de a poco en los niños. Estaban felices, recuerda la docente.

“Como vi mucha pobreza, y yo vivía en Santiago Centro y tenía que trasladarme todos los días, comencé a hacer gestiones en la provincial para que nos construyeran una escuela digna para hacer clases. Como Allende tenía esa prioridad antes que me trasladaran a Barrancas, construyeron la escuela El Remanso, con salas bien distribuidas, baños con tazas, donde había más llaves y agua, y un patio donde los niños pudieran jugar”, enfatiza Patricia.

“Para enseñar en ese tiempo contábamos con los hectógrafos, que es una plancha de impresión casera que se hace en una caja de madera. En ese momento una hacia una pasta con gelatina y con tinta, entonces se revolvía y uno podía sacar copias, para que los niños fueran aprendiendo. Uno se las ingeniaba para trabajar, había ganas de enseñar, los niños tenían hambre por aprender y con esténcil íbamos copiando y sacando copias. Pero en primer año básico nosotros hacíamos todo a mano”, añade.

“En ese momento existía el Lea, un libro muy simple con el que uno enseñaba a leer, lo hacíamos en papel craft e íbamos copiando la letra correspondiente, la A y la U. Recuerdo que había una historia de cómo pasaba una ambulancia y hacíamos que ellos la copiaran con acciones y ellos aprendían la A y la U. La mayoría de los niños que acudían a las escuelas y los niños que eduqué eran analfabetos, no sabían nada y para ellos todo era algo nuevo”, puntualiza la entrevistada.

“De hecho, cuando salió Allende salieron textos muy lindos, a la escuela llegaron textos, lápices, cuadernos y lo único que teníamos nosotros: los conocimientos, un pizarrón, un borrador que hacíamos nosotros, la tiza y las ganas de enseñar hacer clases”, complementa Patricia.

Otros relatos en primera persona

Elena Osorio y Sonia Martínez, profesoras normalistas que trabajaron en escuelas durante el año 1971 y terminaron sus estudios en la normal Abelardo Núñez y la Escuela normal vespertina: Sonia Martínez 75 y Elena Osorio 77 años nos relatan sus vivencias como docentes de los sueños de la unidad popular.

 “En marzo del 1971, en la periferia del Gran Santiago se había instalado el campamento “Puro Chile”. Se ubicó en un lugar que estaba al final de la calle Mapocho en la zona norponiente, tras derribar el cierre perimetral de una viña. Los pobladores en precarias e improvisadas viviendas se instalaron en la toma y su mayor preocupación era que sus hijos tuvieran educación. Esa preocupación era coincidente con el programa del electo Presidente, que no espero ser investido para dar la orden, que fuese personal del ministerio de Educación, para hacer un catastro de la cantidad de niños en edad escolar y el nivel de estudios que tenían, lo que se hizo en casi todos los campamentos que se habían instalado en la periferia de Santiago”, nos relata la profesora Elena Osorio.

“A Federico Acevedo Salazar le correspondió la tarea de encuestar en el campamento Puro Chile y, con mucho entusiasmo, fue carpa por carpa encuestando familias. Como le gustaba el atletismo realizaba competencias y entretenía los niños, que estaban expectantes esperando ingresar a la escuela. El proyecto educativo contemplaba la contratación de profesores por parte del Ministerio Educación. Se les explicaba a los profesores que la escuela estaba en campamentos que estaban en las afueras de la ciudad, y que no había locomoción que los dejara cerca. Algunos desistían, otros quedaban entusiasmados y querían colaborar. En paralelo se buscó una forma rápida de construcción para que las clases comenzarán en marzo de 1971. Alguien tuvo la idea de reciclar buses Mitsubishi que sacaron de circulación y que estaban en un aparcadero, totalmente desechados. Para sorpresa de muchos aparecieron los buses aulas pintados de vivos colores y convertidos en aulas, con asientos escritorios individuales. Los más entusiasmados eran niños, cuya imaginación los llevó a viajar por infinitos lugares que los apartaban por algunas horas de la cruda realidad que vivían a diario cuando se bajaban del bus”, añadió Elena.

“En marzo del 1971, el mismo profesor que había encuestado a las familias se presentó como director y comunicó que el establecimiento tenía asignado al Nº 444, en ese entonces en la comuna de Barrancas, lo que hoy actualmente conocemos como Cerro Navia y, con el decreto 29.018, fechado el 28 de octubre del 1970, se levanta como escuela mixta de clase rural”, rememora.

“Como el lugar donde funcionaría la escuela era un sitio eriazo -prosigue Elena- a medida que los profesores se iban incorporando, se reunían en una improvisada media agua, la que les servía además cómo Policlínico.  En ese lugar se entregó a cada profesor la carpeta con el curso que le correspondería. La escuela comenzó a funcionar en 1971 con la llegada de los primeros buses aula, fue todo un acontecimiento. Posteriormente se fueron instalando los demás. Estaban las aulas, los profesores y lo más importante, los educandos”.

“Un poblador -recuerda la entrevistada- se ofreció como auxiliar de la escuela y comenzó a funcionar en doble jornada, con trabajos voluntarios. Se integraron dos salas de clases más, las que eran de madera y muebles rústicos para una mediagua que servía de oficina, donados por la fábrica de casas de madera que fue instalada en el corazón de la toma, una fábrica que dio trabajo a los mismos pobladores cesantes que había en el campamento”.

“Muchas de las casas que les fueron entregadas aún perduran. Los pobladores las han pintado, remodelado, pero muchos las conservaron, la madera era de buena cepa, “casas dignas”, no mediaguas. Llevar la educación y vivienda a los más desposeídos fue uno de los objetivos cumplidos en el programa del gobierno de Allende”, añadió la protagonista de esta historia.

La profesora Elena recuerda que “la precariedad no fue un obstáculo para realizar actividades extra programáticas. El director, quien además participaba en un conjunto folklórico del Magisterio, organizó un conjunto folklórico en la escuela y un grupo de atletismo, que se fue consolidando. Los profesores se fueron impregnado de la mística que significaba impartir en educación, compartir el saber, solucionar problemas en circunstancias tan especiales, amar a los niños y niñas sin discriminación”.

 Sonia Martínez, evoca que fueron tiempos muy difíciles, pero al mismo tiempo de mucha entrega social para los profesores. Todo en Chile estaba cambiando y los profesores eran la primera línea del cambio social, queríamos ser parte de ese cambio y nuestra motivación era enseñar, pero no tuvimos tiempo, sentencia, 3 años apenas y todo cambió …Se nos vino la noche negra.

“El año 73 encontró a los pobladores en sus casas, el campamento quedó atrás. Sus calles habían sido pavimentadas, se convirtió en una verdadera ciudad, pero la escuela fue desmantelada porque la consideraron una vergüenza. La cambiaron de lugar y trajeron unas barracas de madera y llegaron varios profesores que decían que venían castigados por sus ideas, pero la verdad es que estos nuevos docentes se mimetizaron y acrecentaron la mística que lograron los profesores fundadores. La escuela cambio de número, ahora Nª 416, lleva el nombre de su director fundador, Federico Acevedo Salazar, quien falleció en la misma escuela”, agregó.

La escuela alcanzó su máxima expresión cuando construyeron el actual edificio que alberga los sueños postergados que se hicieron realidad: la sala de danza, incluidos espejos y piso especial, la sala para gimnasia artística con todos los elementos necesarios, el laboratorio de ciencia, el de computación y, por supuesto, la biblioteca apadrinada por Joan Jara. Estos logros fueron en gran medida de aquellos profesores que empezaron una escuela en buses aula y del compromiso de quienes se involucraron en este Legado de Allende. El objetivo se logró:  que los hijos, nietos y bisnietos de aquellas familias tuvieran muchas más oportunidades. La palabra clave entre esos profesores fue mística.

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