Inicio Opinión «Cada Hormiga es un Centauro en su Mundo de Dragones»

«Cada Hormiga es un Centauro en su Mundo de Dragones»

Ezra Pound

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Conocida desde la antigüedad más remota por sus propiedades de acopio y de trabajo colectivo cómo dan cuenta las fábulas de Esopo, en la antigua Grecia, pasando por sus capacidades de perseverancia y arrojo en la guerra, como se desprende de la Ilíada, donde Aquiles en la guerra de Troya era el rey de los Mirmidones “pueblo de las hormigas”, hasta constituir la figura privilegiada para estudios e investigación de redes neuronales e inteligencia artificial en la actualidad, los símiles que usan de la inteligencia colectiva a la simple (y entonces compleja) hormiga, dan cuenta de la fascinación que este animalito ha ejercido desde siempre en el humano.

Sus condiciones de previsión y la capacidad para condicionar hasta la temperatura y la humedad de los hormigueros, o la probada gran antigüedad de 20 millones de años de las termitas y entonces su capacidad para sobrevivir a los desastres naturales, o como nos ha mostrado recientemente la prensa, escapar de los incendios y las inundaciones, haciendo balsas con sus cuerpos, o construyendo puentes, sobre las que pasará el resto para cruzar los ríos, la actividad eminentemente colectiva de la hormiga, la ha convertido en una analogía privilegiada de los sistemas, las comunidades humanas y de los sistemas neuronales.

El año 2017, la Sociedad Geológica Internacional en su conferencia de Ciudad del Cabo, Africa del Sur, terminó por aceptar la propuesta que el Químico Paul Cruzen, había hecho en el 2000, estableciendo que habíamos iniciado una nueva era geológica. Al contrario de las anteriores edades de la tierra, ésta se caracteriza por las transformaciones que lo humano ha provocado en ella. De allí su nombre, del griego Anthropos: humano.

Es conveniente señalar que el grupo de especialistas, dedicado a determinar el momento de inicio de esta nueva era geológica, decidió que ello había ocurrido en los años cincuenta del siglo XX, ya que en esa década se habían encontrado por primera vez partículas radioactivas provenientes de explosiones atómicas, en los cinco continentes.

El Antropoceno, así está marcado por la capacidad de los sistemas sociales para interactuar con los sistemas ecológicos y transformarlos a gran escala. Con sorprendente rapidez, mayor intensidad y consecuencias inciertas. Si pensamos que “la gran aceleración” se produce también a partir de los años 50 del siglo pasado y que las emisiones de Gases Efecto Invernadero (GEI) que están a la base del calentamiento global y el Caos Climático, pasan desde los 280 ppm (partículas por millón), tope máximo alcanzado en los últimos 800,000 años, a 410 ppm en la actualidad, tendremos un antecedente de la velocidad de esta aceleración.

Por lo tanto, no puede sorprendernos que estemos cruzando umbrales naturales, irreversiblemente, como es cada vez más frecuente que los estudios científicos nos lo demuestren. Transformaciones asociadas a dinámicas no lineales y crisis interdependientes y complejas, que afectan nuestras relaciones con los sistemas tanto sociales como ecológicos, sus efectos tenían que hacerse sentir sobre el sujeto humano, que como especie las genera y las vivencia como persona.

Esto, a su vez, llama a comprender los cambios de paradigma para poder gestionar eficientemente estas dinámicas, así como nuestra incapacidad de entenderlo (“parálisis paradigmática” la llaman) utilizando los mismos sistemas de valores, que son la causa principal de su aparición.

De allí que se requiera un proceso de diálogo social para determinar los temas de la próxima cumbre de la ONU por el cambio climático (COP25) y no contentarse con reproducir de manera acrítica los mensajes oficiales. En efecto, los temas de la conferencia mundial son multidisciplinarios y relevantes para los procesos de formulación de políticas y si bien hay cuestiones que coparán la agenda y en la cual los distintos órganos de la CMNUCC vienen trabajando, nuevos temas, que retratan el carácter exponencial de estos tiempos, deben surgir en la gente y las organizaciones, parafraseando a Elinor Ostrom, “más allá del Estado y del mercado”.

En este contexto, la COP25 que se realizará en Chile, es una oportunidad inmejorable para entablar un debate sobre los sistemas socioecológicos (SES) a través de la evaluación de sus factores estructurales de vulnerabilidad, en una era de riesgos globales. Dinámicas de la inseguridad, identificación de áreas de interacción, integración y sinergia de SES, evaluación de la capacidad de los mecanismos de respuesta existentes (marcos de gobernanza, referencias conceptuales, patrones y valores culturales…) para fomentar la resiliencia y viabilidad de los SES identificados, recomendaciones de enfoques y formas de acción, debiera ser una política de diálogo nacional.

Que todo está relacionado con todo, es una sabia vieja imagen qué encontramos entre los antiguos hindúes del Vedanta, desde unos 3.000 AC, que concibieron el Collar de Indra: un collar de perlas, en el cual cada una de ellas refleja a todas las otras. En nuestro conocimiento, esta es la más vieja imagen de la concepción de sistema, donde en mayor o menor medida, la modificación de uno de los elementos, modifica también el comportamiento del resto.

La versión científica contemporánea, de cómo la modificación de un elemento puede afectar el conjunto, y generar transformaciones que implican un cambio de magnitud, se encuentra en la teoría del caos, con la Bootstrap Theory, que ha hecho célebre el conocido dicho de: “El aleteo de una mariposa en Tokio, puede generar un huracán en Nueva York”.

Y si en física y las ciencias básicas este tipo de formulaciones han sido concebidas hace algún tiempo, nos parece que las pruebas definitivas de su veracidad, en el campo del resto de los saberes sociales y humanos, están siendo dadas ya casi cotidianamente, con los fenómenos de campo climático y sus relaciones.

Junto con sus efectos inductores de ansiedad, el cambio climático también ofrece una oportunidad interesante, para considerar procesos fascinantes e interconectados en la Tierra. Desde los componentes más pequeños, hasta los más grandes del planeta, desde las bacterias hasta los volcanes, todos, de alguna manera manifiestan los efectos de un clima cambiante.

Esta red significante de relaciones entre cuestiones que nos habíamos acostumbrado a tratar de manera diferenciada, y que de acuerdo a nuestra lógica disciplinaria (fácilmente recuperada por un mercado de la educación, que obtiene ganancias en la venta de productos concretos), considerábamos como ámbitos distintos, se demuestra cada vez más real y operante, en nuestro día a día, donde las transformaciones del clima, nos afectan aquí y ahora, aunque las emisiones de gases que las causan, fueron producidas hace doscientos años y a miles de kilómetros de distancia.

Es así que cabe señalar la relación entre violencia y aumento global de la temperatura. No sólo en aquello que resulta obvio y claramente discernible, al constatar la cantidad de recursos destinados a la producción de armamentos y mantención de ejércitos, con la consecuente generación de guerras interminables en distintos lugares del planeta, que aqueja nuestro cotidiano planetario y que se expresan -cómo no-, en nuestras propias políticas internas, al tiempo que la temperatura global aumenta, sino en los factores ocultos y determinantes de esa propia realidad, de la cual son generación y consecuencia.

Aunque sea el factor aún menos estudiado en la ciencia del campo climático, hay suficientes evidencias como para establecer que las aceleradas transformaciones que está sufriendo nuestro planeta, impactan de manera directa en el bienestar psíquico y mental de la población y predisponen a las personas a actitudes violentas e intolerantes, que a su vez generan diversos niveles de estrés, fácilmente transformados en violencia de diverso tipo.

Se ha comprobado que, por cada grado de aumento de la temperatura, dormimos una hora menos por las noches, provocando un insuficiente funcionamiento de nuestros periodos de sueño profundo y así, de no recuperación completa de nuestras facultades psíquicas. Independientemente de las otras variables socioeconómicas evidentemente involucradas, desde un punto de vista sociológico, estos estudios encontrarían un antecedente importante, con los resultados de la investigación de una Universidad Norteamericana, el año 2017, señalando que por cada grado de aumento de la temperatura habría un 14% de aumento de la violencia social.

Pero tan importante como percibir o empezar a hacer conciencia en las personas de este tipo de relaciones, resultará saber que en su última reunión 17  sobre Recursos Genéticos Para la Agricultura, la FAO ha señalado la relación directa que existe entre la fauna insectívora y la producción alimentaria del mundo. No sólo de las abejas polinizantes, que sufren aceleradas tasas de extinción por los fertilizantes y los pesticidas como ya sabemos, impidiendo la polinización de aproximadamente un tercio de los alimentos que consumimos globalmente, sino que de maneras más sutiles -esas que aún no hemos aprendido a concebir plenamente-, relacionan al mundo de los insectos entre sí y otorgan a cada uno de ellos un lugar virtualmente irremplazable en las cadenas de transmisión de la vida.

El científico francés Claude Levi-Strauss, del Colegio de Francia, decía que, tratándose del progreso, se sabe bien lo que se gana, pero no se sabe lo que se pierde.

En el acelerado camino de esta época, en que con las tecnologías hemos visto lo que no puede verse y sentido lo que no es sensible, hemos dado el paso final para perder lo que constituía el conocimiento que nuestros ancestros habían acumulado durante milenios para transmitirnos.

Hecho mucho más dramático y brutal en el caso de los Pueblos Originarios, nosotros también hemos heredado de nuestros mayores ciertas interpretaciones que permiten prever el comportamiento del orden natural y que ya difícilmente transmitiremos a nuestros descendientes. Tanto porque ni ellos ni nosotros tenemos tiempo para historias, como porque el orden natural que tratábamos de descifrar con ellas, se ha roto.

Así, recuerdo como muchos, que no hace tanto, cuando aún había cuatro estaciones claramente delimitadas en nuestro país, se podía determinar acertadamente cuan lluvioso sería el invierno, por la actividad que tenían las hormigas. Si no tenían ninguna, el invierno se anunciaba sin lluvias, si, por el contrario, las hormigas andaban frenéticas buscando comida, sería un año con un invierno muy lluvioso.

Un estudio recogido por E. Johnson en “Sistemas Emergentes”, relata la sorpresa y el contento de los científicos japoneses, quienes después de haber investigado durante años en el lugar, comprobaron que efectivamente tenían razón los indígenas que en ese lugar del Amazonas habitaban, cuando establecían el nivel de crecida e inundación del río, viendo la altura de los árboles en que las hormigas hacían las entradas de los hormigueros. Si habían anidado a ras del suelo, sería un año sin lluvia y entonces no habría inundaciones. Si los hormigueros estaban a cinco metros de altura, hasta allí llegaría el nivel de la crecida en el invierno a venir.

La tasa de extinción de insectos es ocho veces más rápida que la de los mamíferos, aves y reptiles.

Un estudio publicado en Biological Conservation, el 1° de marzo, advierte que los insectos del mundo se están precipitando por el camino de la extinción, amenazando con un «colapso catastrófico de los ecosistemas de la naturaleza», según el primer estudio científico que aborda el tema a nivel mundial.

El planeta se encuentra al comienzo de la sexta extinción masiva de la vida animal en su historia, con enormes pérdidas ya reportadas, en animales más grandes que son más fáciles de estudiar. Pero los insectos son, con mucho, los animales más variados y abundantes, y superan a la humanidad en 17 veces. Los insectos son esenciales para el buen funcionamiento de todos los ecosistemas, como alimento para otras criaturas, como polinizadores y recicladores de nutrientes.

Según el análisis, más del 40% de las especies de insectos están disminuyendo y un tercio está en peligro de extinción. La tasa de extinción es ocho veces más rápida que la de los mamíferos, aves y reptiles conocidos. La masa total de insectos está cayendo un 2,5% por año, según los mejores datos disponibles, lo que sugiere que podrían desaparecer en un siglo.

El análisis, concluye que la agricultura intensiva es el principal impulsor de las disminuciones de insectos, particularmente por el uso intensivo de pesticidas. La urbanización y el cambio climático son los otros factores significativos.

A menos que cambiemos nuestras formas de producir alimentos, los insectos en su conjunto irán a la completa extinción en unas décadas, causando repercusiones catastróficas para los ecosistemas del planeta. Uno de los mayores impactos de la pérdida de insectos es que muchas especies de aves, reptiles, anfibios y peces, se alimentan de ellos. Si se elimina esta fuente de alimento, todos estos animales, ya amenazados por la pérdida y transformación de sus hábitats, se morirán de hambre.

Si las pérdidas de especies de insectos no se detienen, esto tendrá consecuencias catastróficas tanto para los ecosistemas alimentarios del planeta, como para la supervivencia de la humanidad.

Sin que tengamos que llegar hasta Yemen (…), tales efectos en cascada, ya han sido documentados en otros lugares de Europa y América.

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