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¿De Quién Fue el Estallido?

Crédito fotografía: Patricio Muñoz Moreno

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De una fuerza extraterritorial marxista integrada por combatientes expertos. De la izquierda emergente que ofrece un Chile nuevo. De la clase política que busca reordenar el ritmo de los acuerdos y los diálogos para hacer lo de siempre. De los grupos asistémicos que introducen una violencia conocida como partera de la historia. De los sensatos pensadores que diseñan como no tiene que ser la nueva Constitución. De aquellos que nos predican que ya todo se acabó. De aquellos que levantan las manos unidas y ofrecen aquello que nadie cree posible ni quiere. De los delincuentes que aprovechan un mercado cautivo para sus fines.

Pero la calle estaba llena de millones de personas. Muchos miles habían instalado a Piñera en la presidencia con un programa maximalista en la mano. Era dueño de las esperanzas y esa noche del 17 de diciembre de 1917 se abrazaba a sí mismo con los dos brazos.

La consigna retumbaba en las calles sin tránsito y llena de furiosos disidentes: “Renuncia Piñera”.

Los órganos de inteligencia debían encontrar sí o sí a esa fuerza extraterritorial. Lo hicieron e incluso dimensionaron al contingente en presencia con el apoyo de un rockero Facebook colombiano. Seiscientos expertos en guerrilla urbana.

Ninguno de estos aspirantes a dueños pudo marcar el ritmo, la intensidad, la dirección, la intencionalidad del estallido.

El estallido era de la muchedumbre: Aburrida, colérica, hastiada, traicionada.

Entonces cada actor hizo lo que le pareció competente: direccionar esta fuerza contra el gobierno, tratar de apropiarse de ella, incluso algunos se aparecieron en los escenarios de la furia siendo repudiados, otros intentaban sacarse la responsabilidad de encima, los culpables creaban otros culpables más malos que ellos y los caracterizaban impunemente, otros creaban orgánicas ad hoc para tomar el control, la llamada clase política se puso a hablar sin parar hasta que la llegada de Covid-19 se tomó la coyuntura sin preguntarle a nadie.

El miedo, la incertidumbre, la incredulidad se hicieron presentes con toda intensidad.

La muchedumbre empezó a tratar de salvar la vida. El estallido adoptó formas rutinarias georeferenciado.

Los órganos de salubridad responsables trataron de ser eficaces. Se desplegó un activismo frenético en contra del virus. El estallido decantó perdiendo la impronta de masas, la muchedumbre dejó las calles y el gobierno logró ponerse de pié. Regresamos a una habitualidad confusa. La muchedumbre empezaba a desdibujarse, a buscar resultados donde no los había y a recibir pulsos caritativos.

La furia, la esperanza, la sed de justicia, la insolencia ante los abusos empezó a ponerse institucional. Murió la potencia de la muchedumbre, los que estaban sumidos y silenciosos aprovecharon de aparecer nuevamente, el que ofrecía y anunciaba  empezó a hacerlo de nuevo, en los cenáculos políticos se armaron cronogramas, otros mostraban contenidos para las normas que nadie sabe cómo serán. También aparecieron los que instalaban derroteros para la victoria y la derrota de la nueva Constitución.

La muchedumbre encerrada en sus casas. Algunos suspiraban agradecidos del  virus bendito.

El estallido ya fue, la muchedumbre lo perdió, ahora no sabe qué le depara el futuro convertido en pura confusión. El más asustado de todos anuncia que sabe cómo será el próximo estallido para que nadie le diga que no lo vio venir.

Pero no lo habrá. El estallido abrió el gran camino del medio por donde  pasará la muchedumbre, las preparaciones para las contiendas que vienen se tomaron todo el espacio disponible, cada cual busca prevalecer, calificar para lo que sea pero calificar.

El estallido se convirtió en patrimonio de nadie. Nunca fue de nadie. Muchos lo quisieron.

Y sería.

 

 

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