viernes, marzo 29, 2024
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Los Dos Funerales del Presidente Allende

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Para la Junta Militar que accedió al poder ilegítimamente el 11 de septiembre de 1973 la muerte del presidente depuesto le produjo un problema. La realización de sus funerales, aunque fuese privado, podía convertirse en una manifestación popular de inimaginables consecuencias.

Debido a ello le ordenaron a su viuda efectuar el sepelio lo más rápidamente posible, sin avisar a nadie y en un día en cuyo todo su transcurso rigió el toque de queda. Ella recurrió a la familia Grove para depositar los restos mortales de su marido en el mausoleo que esta tenía en el cementerio Santa Inés, ubicado en Viña del Mar. A este acto -el que no podría llamarse funeral- le acompañaron su cuñada Laura y el edecán áreo del presidente Allende, Roberto Sánchez. En el lugar estaban también dos oficiales del Ejército, dos de la Marina y dos de la Fuerza Aérea.

En el momento del entierro la viuda tomó algunos cardenales de una tumba cercana y en voz alta les dijo a los sepultureros: “Sepan que están enterrando al presidente de la República y ustedes representan al pueblo de Chile”.

Acto seguido, los funcionarios del cementerio se fueron a almorzar. A su regreso, se encontraron con un numeroso grupo de pobladores, habitantes de los cerros aledaños que exigían que al presidente se le hiciera una misa o una ceremonia fúnebre como le correspondía por su cargo o simplemente como todo ser humano.

¿Cómo se enteró este grupo de chilenos de este hecho? ¿Cómo rompieron los obstáculos de circular durante el toque de queda? Nunca lo sabremos. Todos los esfuerzos del gobierno recién asumido para que la muerte del presidente Allende fuese ignorada por el país habían sido en vano

A algunos de los pobladores les costó su detención por Carabineros, quienes habían concurrido al lugar alertados por el director del cementerio.

Este remedo de funeral era una herida abierta en el alma de Chile, particularmente para su familia y sus partidarios.

Al asumir Patricio Aylwin la presidencia de la República estaba muy consciente y decidido tomar las medidas que pudiesen aminorar en parte la ofensa al país y a la familia del mandatario fallecido. El primer paso para hacerlo fue entrevistarse con la señora Hortensia Bussi para compartirle este propósito y conocer su parecer. Una vez que concordaron en la necesidad de trasladar los restos del presidente a Santiago y realizar un funeral oficial, el presidente Aylwin tomó la primera medida para cumplir estas tareas y le pidió a su ministro secretario general de Gobierno, Enrique Correa, que se hiciera cargo de ellas.

El ministro Correa, a su vez, le pidió su colaboración a quienes trabajaban con él para cumplir este compromiso. A Javier Luis Egaña el contacto con la Iglesia Católica y con Carabineros de Chile; a Eugenio Tironi, lo relativo a las comunicaciones y a mí, la preparación del traslado de los restos mortales del presidente fallecido.

Lo primero que hice fue tratar de averiguar si ellos aún se encontraban en el mausoleo de la familia Grove, en el cementerio Santa Inés, para lo que me trasladé a ese lugar. Allí entrevisté a los funcionarios del camposanto, quienes me confirmaron que los restos permanecían en el mausoleo porque habían sido custodiados primero por la Marina y luego por Carabineros; pero, mucho más importante, por los pobladores de los cerros contiguos que habían estado atentos a cualquier movimiento que se produjera cerca del panteón. Lo que hicieron el día del primer “funeral” lo había continuado haciendo: resguardar el cuerpo, la memoria y la dignidad del presidente mártir.

Posteriormente, nos contactamos con Carabineros para los efectos de custodiar el traslado en el momento oportuno. La primera reunión fue contradictoria, en la oficina del comisario de Viña del Mar había una hoja del calendario correspondiente al 11 de septiembre de 1973 repleto de firmas y algunas frases que no pude leer, aunque se podía intuir fácilmente su contenido, lo que me preocupó extraordinariamente.

Sin embargo, al pasar a la sala de reuniones se podía ver un esquema del traslado con la medición de los metros y el tiempo entre los diversos hitos establecidos con un gran titular que decía: “TRASLADO DE LOS RESTOS MORTALES DE S E EL PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA. SEÑOR SALVADOR ALLENDE GOSSENS”. Este hecho cambiaba, al parecer, el ánimo de estos colaboradores en el cumplimiento de esta misión.

En seguida, había que hacer una comprobación más precisa y segura de que los restos permanecían en el lugar original en donde habían sido depositados. Para ello se decidió hacer una reducción de los restos, es decir, trasladarlos a un ataúd más pequeño, aunque al final éste fue colocado en un nuevo ataúd de tamaño normal.

Se buscó una fecha y hora en que este trabajo pasara inadvertido. Se realizó en la noche del 14 de agosto, víspera de una fiesta religiosa, al finalizar la tarde. Concurrió el ministro secretario general de Gobierno y otras autoridades junto con el doctor Arturo Jirón, en representación de la familia Allende. Éste debió descender para revisar el ataúd y su contenido. Apenas terminó su cometido subió a la superficie, se acercó al ministro y le dijo: “se mató el hombre”, ratificando lo dicho por su colega Patricio Guijón desde el primer momento, que Allende se había suicidado. Esta circunstancia fue confirmada años después por la pericia ordenada por el ministro Mario Carrozas en el proceso que se sigue por la muerte del mandatario.

Con la certeza de que eran efectivamente los restos del gobernante extinto se pasó a la última etapa, su traslado y el funeral oficial.

A lo largo del trayecto hubo numerosas demostraciones de afecto y solidaridad con Salvador Allende del pueblo apostado a su paso con carteles alusivos al funeral, a su vida pública y de su última campaña presidencial, las que hacían patente el gran cariño que el pueblo le guardaba. Muchos pañuelos al viento y lágrimas entre los manifestantes eran la señal de despedida al líder popular.

Desgraciadamente, estas expresiones populares fueron ensombrecidas por la velocidad que le imprimió el vehículo de Carabineros que se apropió, al margen de lo acordado, de la posición en la cabecera del cortejo.

Presidente Aylwin y Clodomiro Almeyda

En su momento, el ministro Correa habló con el arzobispo de Santiago para pedirle que la Iglesia hiciera una ceremonia fúnebre. Curiosamente el mismo pedido de los pobladores que bajaron de los cerros el 12 de septiembre de 1973.

El arzobispo, Carlos Oviedo, quien también era historiador y celoso defensor de las tradiciones nacionales, le respondió: “a los presidentes de la República se los honra en la catedral de Santiago y yo, como su arzobispo presidiré la ceremonia”. Esta decisión tuvo un valor adicional porque en ese tiempo todavía había sectores de la Iglesia que se aferraban a una añeja norma que prohibía la sepultación de quienes se habían suicidado según el rito católico, ni en terrenos que pertenecieran a la Iglesia.

Por su parte, el presidente Patricio Aylwin había resuelto la realización de un acto público encabezado por él con participación de la familia del gobernante fallecido, autoridades y con numerosas delegaciones venidas desde distintas partes del mundo, tanto de Europa como de América.  

El acto se efectuó en la plazoleta que queda a la entrada del Cementerio General. En él hicieron uso de la palabra la viuda. Hortensia Bussi, el exministro de Relaciones Exteriores y dirigente socialista, Clodomiro Almeyda, el primer ministro francés de esa época Michel Rochard y el propio presidente Aylwin quien cerró el acto.

El presidente Aylwin destacó los méritos de Allende como servidor público y su trayectoria democrática, poniendo énfasis en que las diferencias políticas no podían ocultar estos. 

Asimismo, declaró que si se repitieran las mismas condiciones volvería ser opositor a su gobierno, lo que produjo reacciones adversas en un sector del público, a lo que respondió que la única forma de entenderse era con la verdad, afirmación que fue respaldada por fuertes aplausos.

La realización de estos actos oficiales fue criticada por personeros de derecha que acusaron a sus realizadores de aprovecharse de un acto familiar o de solidaridad humana para fines políticos, lo que fue rechazado por las autoridades de gobierno, la familia de Allende y dirigentes políticos. Esta actitud de rechazo fue la contraparte de el gran respaldo recibido por la concurrencia de las numerosas delegaciones extranjeras que participaron en el sepelio oficial.

El funeral oficial del presidente Allende además de su valor en sí mismo fue una contribución a rescatar un clima de convivencia social y democrática.

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