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«Nadie es la Patria»

Crédito fotografía: Patricio Muñoz Moreno.

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Estoy pensando, patrióticamente, que estamos en un error bastante profundo. Y lo digo así, “patrióticamente”, porque la Patria somos nosotros. La gente. Esto, recordando que mi amigo el escritor Enrique Lafourcade tituló uno de sus libros como “Nadie es la Patria”.

Y no nos estamos ayudando. Mejor dicho, todo lo contrario. Quizás por eso lo acusó el escritor mencionado.

Las autoridades de nuestro país, principalmente las de Salud, de Interior y de Desarrollo Social debieron haberse pronunciado más rotundamente, frente a este nuevo aniversario de la Independencia de Chile (no quiero llamarlas “fiestas patrias” en esta oportunidad. De una manera totalmente opuesta a cómo lo hicieron. En vez de definir la forma de celebrar, debieron decir que este año no hay celebración. En vez de dictar pautas sobre cuántas personas pueden reunirse y cómo deben hacerlo, debieron establecer que este año no hay reuniones, ni siquiera familiares. Porque estamos en guerra contra el coronavirus y las guerras hay que ganarlas, sin abrirle flanco al enemigo. Pero no. Podremos recibir visitas y eso no me gusta y por eso lo digo.

Ojalá que los resultados de estos emocionados tributos a la Patria, que prácticamente no son otros que harta comida y harta bebida, no traigan malos resultados en catorce días más. Sería fantástico que yo esté equivocado. En todo caso, en estos instantes en que escribo las noticias son, una, que el ministro de Salud, doctor Paris, reconoce preocupación por el aumento de contagio en cuatro regiones. Y dos, que los alcaldes proyectan sobrios festejos en zonas de concurridas fiestas tradicionales. Esto me suena a contrasentido pero quién soy yo para luchar contra nuestra forma de ser (esto de pensar en que la guerra se puede detener, para celebrar), salvo que me quedaré en casa, como lo vengo haciendo hace cinco meses y haciéndole caso a las diarias sugerencias de las campañas sanitarias.

Como si  fuera obligatorio salir a celebrar.

Es muy posible que en muchas casas de familia en Santiago y provincias (incluso las ciudades donde han aumentado los contagios) vayan a recibir hasta cinco visitas durante las fiestas patrias, según el permiso que circula y que de alguna forma incentiva los encuentros. Como todos los dueños y dueñas de casa querrán prepararse como corresponde, me imagino que la idea será cumplir con todos los reglamentos aunque éstos no se encuentren tan fehacientemente establecidos.

La verdad, me imagino varias cosas. Por ejemplo:

Una idea genial y que con seguridad se repetirá en muchos hogares es poner una larga mesa para conversar animadamente y en alta voz, a dos metros de distancia cada comensal. Habrá que gritar para quitarse la palabra como siempre, pero ahora con permiso. Y la mascarilla.

Normalmente, alguien traerá desde el horno de las habituales pequeñas cocinas las empanadas calientes en una bandeja y se procurará que cada uno de los presentes toque con su respectiva mano, recién lavada de acuerdo a la ley, nada más que la elegida. Ojalá no se les contamine el pino con el cloro gel. Brindarán con el choque de copas por un futuro mejor luego de que alguno de los presentes haga correr, según la lógica imperante, el jarro de chicha. Deberá estirar el brazo sin acercarse mucho al asiento de cada festejante. Para el momento de servir el asado y las ensaladas habrá que formar una fila pero no como las de antes y con la debida distancia física. (No distancia social porque, si se han reunido, ha sido precisamente para sociabilizar).

Habrán también pensado en cómo organizarse, de acuerdo a las indicaciones sanitarias, para servir los «terremotos». Principalmente el helado de piña desde su caja familiar de dos litros y medio. Ojalá se haga todo lo posible para que solamente uno de los comensales maneje la damajuana de pipeño (porque las botellas plásticas son tan feas) y las botellas de fernet y granadina, ante la probabilidad de que alguien más refinado lo prefiera preparado así. Para los vinos, es de esperar con mucha fe que el caballeroso personaje que se disponga a servir cada corrida de tinto mo de blanco, tenga las manos debidamente lavadas y cloreadas también.

El enigma será, obviamente, el uso colectivo de la mascarilla. Con ella se dificulta eso de tragar, que para eso es la fiesta. Y también una y otra vez se insistirá que cada uno de los participantes en tan animadas reuniones deberá usar exclusivamente su propio lugar, durante todo el almuerzo. Es decir, comer y beber “sin pararse de su escritorio”. Porque será almuerzo y no cena, debido al toque de queda.

Deberá preocupar, profunda y sinceramente, solucionar la cercanía corporal (siempre tan grata pero hoy sutilmente alejándose de nuestras costumbres), en el momento de las cuecas. Generalmente no se dispone de mucho espacio en los hogares chilenos. “La casa es chica pero el corazón es grande” es una de nuestras frases típicas más conocidas. Esto del espacio será un problema a dilucidar, sobre todo si el comienzo de nuestro baile nacional es una vuelta completa y después viene la medialuna con escobillado, donde el varón sigue a la dama y casi la alcanza. Y se recordará que, mientras más amplia y valseada la medialuna, mejor. Un problema final, bastante patriótico sin embargo, parece no tener solución. Al final de la cueca, la pareja queda unida y tomada del brazo, lo que no está sanitariamente recomendado.

Reitero que las mediocres informaciones oficiales recibidas hasta el momento en las familias dispuestas a celebrar, llaman a la confusión. En todo caso, si en medio de la fiesta llaman a la puerta y resulta ser un inspector de la PDI o Carabineros para ver si se están cumpliendo las ordenanzas, téngase presente que se les deberá servir “alguna cosita”.

“La Patria de Nadie” lo agradecerá. Y ojalá que lo único que se contagie, dichas así las cosas, sea la alegría

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