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Shenda Román y las Historias que Podemos Contar

Captura de pantalla Programa Mujeres "Shenda Román" Radio Usach

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Querida Shenda, no imaginas la felicidad que sentí cuando supe que Sidarte y la Corporación Cultural de Artistas del Acero te postulan al Premio Nacional de Artes de la Representación y Audiovisuales. Más me alegré considerando que poca relación posees con la élite porque tú, que naciste allá por el extremo norte y muy arriba en la puna de Atacama, nada tienes que ver con esa élite mañosa que, con sus barreras, ha impedido destacarse a tantas personas imprescindibles.

Pero tú sí querida, tú lo lograste. Lo dice alguien que te conoció, primero, de niño o más bien “de cabro aficionado al cine y cimarrero”. Me fasciné viéndote en “Tres tigres tigres”, “La madre del cordero” y, sobre todo, en “El chacal de Nahueltoro. Hablo de tardes de lluvias eternas, en que nos perdíamos por verte la clase de Religión y Moral, que ni falta nos hacía.

Así te conocí Shenda Román, como el estudiante de provincia que yo era. Y me correspondió sentir al llegar a la capital, como imagino tú también sentiste, el hambre de los diecisiete años, que jamás se sacia. Y ese frío que, cuando se está lejos del hogar, cala los huesos. Por ahí, a pesar del ambiente hostil y como seguramente te ocurrió, conocí personas que me convidaron un caldo caliente y me dieron un espacio cerca de sus braseros.

Eran personas cálidas, que escuchaban atentas radioteatros en que tu voz aparecía y no olvidaré. Entre las fuerzas en pugna, tan bien expresadas por esas radios que de pronto chirreaban, pude entender mejor la importancia de la progresión dramática. Y aquello de “si el conflicto es de calidad, tras resolverse debe lograr un cambio radical en los protagonistas, ya sea para bien o para mal”.

Algo más maduro, pude asistir a tus trabajos en las tablas y fascinarme viéndote en obras de García Lorca y Bertold Brecht. Pero es en 1999, tras tu regreso del exilio, cuando te conozco de manera personal, siendo ambos integrantes de un grupo que escribía las historias de aquellos que habían sido apresados y luego fusilados o hechos desaparecer.

Lo llamábamos “Colectivo de arte Las historias que podemos contar”. Un nombre que escogimos porque habíamos conocido a esas compañeras y compañeros y, en muchos casos, fuimos testigos de lo ocurrido con ellos. Pero, sobre todo, porque sobrevivimos y estábamos dispuestos a contar al mundo lo ocurrido. No puedo olvidar la mágica y lúdica historia que escribiste con tu hermana Margarita acerca de un vecino, Claudio Venegas Lazzaro, ese alumno del Lastarria que un día, así no más, se llevaron y ya nunca apareció.

Y en ese “contar al mundo” te destacaste como la maestra de excelencia y dramaturga que eres. A partir de esas historias, con toda generosidad y entrega, construiste guiones, montaste las historias y nos dirigiste para representar varias de ellas, superando el nulo oficio teatral de quienes jamás habíamos pisado las tablas, ni habíamos dicho “¡mierda, mierda, mierda!”, preparándonos para enfrentar algún público.

Ahora, que te postulan a este preciado galardón, pido sólo que el jurado actúe con justicia y sepa valorar esa trayectoria tuya: una niña que vino del altiplano a la capital para convertirse en artista y, a pesar de las mil dificultades que sin duda enfrentó, consiguió contar las historias que debían contarse y realizar un aporte a nuestra cultura que hoy sería imposible desconocer.

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