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Volver al Futuro: El Dilema de Occidente ante el Conflicto Rusia-Ucrania

Imagen de archivo, Crédito foto: Marco Machuca Bezares

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Claudio Coloma, ex analista de inteligencia de la DID y profesor de relaciones internacionales del TEC de Monterrey.

El 23 de febrero, y tras varias semanas de tensión creciente con el gobierno de Volodímir Zelensky y occidente, Rusia anunció operaciones militares en el territorio ucraniano, iniciando con ello lo que hasta ahora podemos definir como un conflicto militar limitado. Para occidente, en cambio, se trata de una invasión.

Esta decisión pone a Europa y a occidente en un momento estratégico crucial. Dicho esto, antes de que empecemos a articular esas subjetividades políticas con las que tanto nos gusta identificarnos en este tipo de circunstancias históricas, tales como creer que somos parte de esa totalidad occidental, democrática y libre, amenazada por el autoritarismo y barbarismo oriental, resulta necesario intentar aproximarnos a este conflicto desde una perspectiva realista.

Para las relaciones internacionales, la decisión del gobierno ruso no sólo corrobora algunas premisas fundamentales del realismo, sino que también crea las condiciones para que juguemos con algunas de sus herramientas con las que solemos explicar y prospectar el comportamiento de los Estados.

En 1990, un joven John Mearsheimer planteó que el futuro de Europa iba a ser conflictivo porque la caída de la Unión Soviética significaba la desaparición de la estabilidad dada por la bipolaridad del sistema internacional. Desde entonces, Europa volvía a ser multipolar y, por ende, altamente insegura. La estructura anárquica del sistema internacional dejaba de ser constreñida por el balance del poder nuclear, dejando la región a merced de los intereses egoístas de sus Estados. De este modo, Europa, al igual que en la película protagonizada por Michael J. Fox, se preparaba para “volver al futuro.”

Ciertamente, el hecho que la Unión Europea haya establecido una paz duradera entre Alemania y Francia, y, con ello, haya traído varias décadas de prosperidad y cooperación, hicieron que las ideas de Mearsheimer, y sus colegas neorrealistas, cayeran rápidamente en descrédito. Se habló, incluso, de la muerte de la realpolitik europea.

Hoy, las ideas de Mearsheimer reaparecen para recordarnos que Europa vive en ese estado de anarquía descrito por Thomas Hobbes, que el interés vital de los Estados es sobrevivir, y que su medio vital para hacerlo es el poder. Visto así, Europa vuelve del futuro, pero sin tener un punto de partida. Derrida diría que siempre hubo un fantasma amenazando la realización de una Europa pacífica. La Guerra de los Balcanes, la expansión de la OTAN hacia las fronteras con Rusia, la anexión rusa de Crimea, el Brexit, y la actual operación militar rusa, son todas manifestaciones de la anarquía europea.

En este estado de conflictividad latente, Mearsheimer planteó que el hiper nacionalismo iba a tener un rol relevante en la conflictividad europea del siglo XXI. Aun cuando con el tiempo, él mismo haya renegado de los factores no materiales para explicar la política mundial, hoy vemos con sorpresa que el nacionalismo es un elemento central en este conflicto.

En efecto, el primer actor que ha explotado el nacionalismo es la Ucrania del presidente Zelensky. En el contexto de un país derrotado, que perdió por la fuerza el territorio de Crimea en 2014, Zelensky ha articulado un discurso de cohesión interna en el cual Ucrania se identifica como la víctima de Rusia. Žižek y Laclau dirían que Rusia representa ese otro antagonista que pone en riesgo la realización de la nación ucraniana y amenaza el anhelo nacional de alcanzar esa tierra prometida llamada soberanía. De ahí que, llama la atención que uno de los objetivos de las operaciones militares rusas sea liberar a Ucrania del neonazismo.

Por otra parte, las repúblicas separatistas de Lugansk y Donetsk también han articulado un discurso nacionalista en torno a su demanda por ser reconocidas por el Estado ucraniano. Ambas naciones se identifican como víctimas del asedio militar ucraniano y de su falta de voluntad por cumplir con los acuerdos de Minsk. De esta forma, Ucrania no permite satisfacer la fantasía de estas repúblicas de constituirse como proyectos autónomos o bien inhibe el goce de querer volver a la madre patria rusa.

En este contexto, Rusia ha puesto a prueba la racionalidad de los Estados Unidos para decidir cómo involucrarse en este conflicto. Putin ha hecho que el presidente Biden caiga en el dilema de un prisionero quien debe decidir si acaso toma parte en el frente de batalla ucraniano o se mantiene ausente militarmente, pero apoyando a Ucrania con armas y despliegue logístico.

Biden ya anunció que no habrá tropas estadounidenses desplegadas en suelo ucraniano, dando a entender que los costos de hacerlo son extremadamente altos. Sin embargo, el escenario puede cambiar repentinamente. Todo dependerá de la racionalidad con la que Biden calcule los costos y beneficios de las alternativas que tiene para actuar. Desafortunadamente, para la Casa Blanca, el único escenario en el que Rusia puede perder es aquel en el que también pierden los Estados Unidos, esto es, una guerra total o una Tercera Guerra Mundial.

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