Periodista y Psicóloga.
Los tiempos que estamos viviendo nos llevan inevitablemente a recordar el título de la película protagonizada por Mel Gibson, estrenada en 1982 y que narra la explosiva situación que vivió Indonesia durante el derrocamiento del presidente Sukarno.
En Chile estamos en medio de un proceso muy delicado y peligroso desde todo punto de vista. Las secuelas más profundas y escondidas de la pandemia parecen estar emergiendo en forma dramática. El daño psicológico producto de un encierro de más de dos años no es aún medible ni caracterizable, pero está claro que –junto a la crisis económica en la que sumió a las familias chilenas- es considerable. Nuestro país parece habitar un polvorín donde cada día se insinúa que una gran explosión puede venir.
La violencia, de todo tipo, esta desatada. Desde las “cancelaciones” a figuras públicas, las funas por votar distinto, la delincuencia en brutal escalada con encerronas, turbazos, pasadas de cuenta a punta de balas, entre otras brutalidades. O la rebelión de los privilegiados de siempre con tomas de carreteras y de empresas esenciales; o la indignación creciente de aquellos que no quieren ceder un milímetro y siguen atacando a sangre y fuego –como lo aprendieron en carne propia- en las rutas de La Araucanía. O las descaradas y cotidianas “fake news”, como parte de las campañas de terror de una derecha recalcitrante y conocida en su modus operandi. O la intolerancia para escuchar a un gobierno que recién parte, condimentada con ataques y burlas inéditos, con misoginia e incitación al odio incluidas, al Presidente de la Republica y su equipo.
Es asfixiante el aire que estamos respirando. Es agotadora la bronca reinante. Un aire enrarecido se cuela por todos lados y el afecto casi incondicional hacia la persona por la que hace solo cuatro meses la gente dio masivamente su voto, parece evaporarse y cambiarse por saña. Sin razones atendibles. Sin una mínima lógica. El cariño parece irse como el agua entre los dedos, como cantaba Buddy Richard.
No parece ser normal lo que ocurre. No lo es claramente. Del castigo brutal que nos propinó el Covid y sus significativas repercusiones, solo habíamos visto la punta del iceberg. La mole de hielo estaba allí abajo, indómita y peligrosa, buscando romperlo todo.
Hoy vemos que va emergiendo con toda su fuerza y nos muestra que, de alguna forma, estamos viviendo un Trastorno de Stress Postraumático porque este conlleva sentir miedo durante y después de una situación traumática y este miedo desencadena respuestas de lucha o de huida. Esas son las formas en que el cuerpo busca protegerse de posibles peligros. Hoy observamos una mucha mayor predisposición al “arrancar para adelante”, o sea a pelear, más que a huir. Los chilenos –y probablemente el mundo entero- está en este proceso del cual aún no logramos salir, que nos aterra, porque nos quitó a miles de familiares y nos cambió la vida probablemente para siempre.
Se suma, desde luego, también la guerra de Rusia con Ucrania y con ello, el empeoramiento de la debacle económica mundial, las detenciones en la cadena productiva, las alzas de los productos esenciales, los barcos atochados en el puerto de Shangai, la escasez de contenedores que lleven las necesarias mercaderías de país en país. Todo esto se ha sumado al daño psicológico que ya existía. ¡Y como no! Estuvimos viendo más de un mes a la prensa chilena reportando el horror de la guerra en Ucrania. Enviados especiales transmitiendo día y noche el espanto. Ellos volvieron pero el espanto continua….Y aumenta la tensión mundial y la psicológica.
En Chile también tenemos nuestra propia guerra diaria. Porque en eso se ha convertido lo que enfrenta la Convención Constituyente de parte de quienes se oponen a los cambios que la nueva Carta Magna quiere instaurar. Se ha instalado un clima enrarecido donde se va imponiendo la supuesta fuerza que estaría cobrando la opción del “rechazo”, cuando la gente sabe –lo sabía hasta antes de la arremetida mediática- que una inmensa mayoría quiere una Constitución más justa, es decir democrática, y no tenía duda que el plebiscito de salida para lograr aquello se ganaría. Hoy le han hecho dudar hasta de eso.
Es que hoy vivimos tiempos donde se siembra confusión, un clima que nos recuerda los tiempos de la Unidad Popular, cuando se desató una guerra sorda a través de la desestabilización económica, política y social. Se siente en el cuerpo y en el alma, es como un “deja vu”, una crónica de una asesinato anunciado. La victima es hoy un gobierno rupturista, de savia nueva, al que se ha quitado la sal y el agua desde su instalación.
Sorprende ver las reacciones de la gente. Como la de aquellos que vociferan que votaron por Boric y que este los ha traicionado. ¿Es traición que un gobierno desaloje la toma de contratistas de Enap para asegurar el abastecimiento de combustible para que el país no se paralice? ¿No es, más bien, traición el golpear sin tregua a un gobierno que quiere cambios reales y profundos para los más desposeídos de este país? Porque resulta que a todos les ha dado por golpear…Y allí están prestos los medios de comunicación opositores para hacer de caja de resonancia.
Pareciera que la locura está desatada. Ver las noticias en la televisión, escucharlas en las radios, leerlas en los diarios, seguirlas en las redes sociales es un ejercicio difícil, casi devastador. Queda una sensación de que todos –por las más disimiles razones- buscan que todo reviente. Que estalle en pedazos. A muchos les conviene, como a los delincuentes y a los narcos, pero ellos no tienen ni Dios ni ley…
Cuesta tanto entender que ese sea el sentimiento reinante si se piensa que hace poco más de dos años se dijo basta y a través de ese basta masivo, se logró un camino impensado hasta antes del 18 de octubre de 2019 como lo es contar con un gobierno como el de Gabriel Boric y estar en la redacción final de una Constitución que deje atrás cualquier atisbo del engendro que parió la Dictadura en 1980.
¿Se recuperará la cordura? ¿Lograremos desenmascarar a tiempo y en forma contundente las tretas y trucos de quienes no quieren que nada cambie? ¿Lograremos recordar algo tan básico como que la unidad hace la fuerza? ¿Lograremos entender, a pesar de lo difícil que está la vida, que hay oportunidades que no se pueden farrear? ¿Y que, de lo contrario, seremos cómplices de un asesinato anunciado?
