Periodista y Director de Página 19.
Después de 23 días de protesta social en todo Chile, finalmente el Presidente Sebastián Piñera y su conglomerado debió ceder y de nuevo triunfó la calle: su joven e inexperto Ministro del Interior, Gonzalo Blumel, anunció que el gobierno impulsaría una nueva Constitución Política para Chile y que dejará en el olvido la de 1980, ideada, escrita y fundamentada entre cuatro paredes durante la dictadura militar de Augusto Pinochet Ugarte. A pesar que los gobiernos de la ex Concertación hicieron uno y otro cambio a la Carta Magna, después de 30 años solo fueron vistos como cambios cosméticos.
La calurosa noche del 10 de noviembre de 2019, en Santiago de Chile, después que un grupo privilegiado de la coalición gobernante de “Chile Vamos” llegó a la mansión del mandatario para escucharlos, durante varias horas, y probablemente se enfrascaron en un fuerte debate respecto al qué hacer. Un día antes, en una entrevista al oficialista diario “El Mercurio”, el Mandatario había anunciado que estaban estudiando un proyecto “para cambiar la Constitución”. En estricto rigor, esta es la primera vez que escuchaba a alguien fuera del círculo íntimo y no al segundo piso de La Moneda que se ha tropezado una y otra vez con su estrategia para resolver la crisis.
Según fuentes a la que accedió Página 19, los comensales a la casa de Piñera fueron elegidos con pinzas. Algunos ministros y los jefes de partidos de Chile Vamos fueron sus interlocutores. Le hablaron con la verdad y, entre ellos, hubo un alcalde con alta figuración pública de la centroderecha gobernante. Caló fondo que los alcaldes de todo el país llamaran para los primeros días de diciembre a una consulta ciudadana para preguntarles a los más de 17 millones de chilenos y chilenas si querían o no una nueva constitución. Así, el Gobierno se quedó sin piso político y sin acción alguna. La promesa de “diálogos ciudadanos” del Ministro de Desarrollo Social no convencieron a nadie y más de alguna autoridad gubernamental señaló que la iniciativa que hizo la Presidenta Bachelet, en su segundo mandato, no estaba nada de mal.
Otro hecho que preocupó al núcleo más duro de la Unión Demócrata Independiente (UDI) fue la quema de su sede en Santiago y de la presidenta y senadora de ese partido Jacqueline van Rysselberghe, a quien se le vio muy afectada y sin argumentos en diversos programas de televisión. Según señalan desde su región, la del Biobío, el incendio de su sede la colapsó y, ni tonta ni perezosa, se convenció que la protesta social no se trataba de un grupo de encapuchados, no de la intervención venezolana, ni de cuba ni de Corea del Norte, sino de una población que se cansó de tanto abuso.
El anuncio del joven Blumel si bien es prometedor, tiene un matiz: Nueva Constitución con Congreso Constituyente. La segunda parte, seguramente, será otra piedra de tope a las finales, pues Piñera deberá saltar. La calle tiene claro que quiere participar y el modelo de aquella participación será difícilmente negociable, porque tiene seria resistencia al actuar del poder legislativo, cuyo prestigio es muy bajo según prácticamente todas las encuestas de opinión. Lo deseable sería, a juicio de los entendidos, que esa Asamblea Constituyente sea un mix entre parlamentarios vigentes y representantes de la sociedad civil, elegidos popularmente.
Pero, como bien se dice en Chile: “ojo al charqui”, porque -lamentablemente- el Presidente Piñera nos tiene más que acostumbrados a la letra chica.
