“Se puede confiar en las malas personas, no cambian jamás”
William Faulkner, Premio Nobel 1949.
En abril de 1924 en Kirchdorf, pequeño pueblo bávaro, el duro invierno comenzaba ya despedirse cuando Joseph Kassler nació. Su madre, aquel día después del parto recibió la acostumbrada suppe que la comunidad local daba a las parturientas débiles. A lo lejos, se escuchaba el cencerro de las vacas rumbo a la ordeña. La campiña montañosa, de nevadas cumbres era un escudo contra el Este eslavo, más allá en el trasfondo de la comarca. Hace meses que su padre casi no duerme, ocupado en desarrollar la nobel industria de la leche en polvo. Son tiempos pobres pero tranquilos, después de una dura y prolongada guerra mundial que los dejó arruinados. Los criadores locales de cerdos, los schweinebauer, como allí les llaman, han acostumbrado a los habitantes al olor de la grasa quemada despues de las matanzas, que se esparse como una lenta nube por el valle. Ese olor acompañará a Joseph durante toda su vida. Cada domingo en la iglesia local se habla sobre los eslavos y los judios. Pero su padre piensa, que en Bavaria nada malo podrá ocurrir pues es allí donde reposa el sentimiento ario más profundo de Alemania. Su esposa le había contado que en la cervecería Bürgerbräu en Munich había ocurrido un acontecimiento que le cambiaría el destino al país, agobiado por la pobreza y la deuda de guerra. Todos los de su familia le estaban confiando sus corazones a un nuevo conductor de Alemania.
Durante sus años de juventud Joseph fue un buen schweinebauer y los vecinos lo tenían en alta estima. Con el paso de los años como criador de cerdos, acumuló una respetable cantidad de dinero, la cual fue atesorando para emprendimientos mayores futuros. El país, convulsionado en esos tiempos por las luchas entre nacional socialistas y comunistas se movía en una terrible crisis. Muchos temían ser gobernados por el bolchevismo. Otros, acusaban de la pobreza y la crisis alemana a los judíos.
Una tarde, deambulando por Munich ya convencido de querer cambiar el mundo, decidió afiliarse al partido dominante. Ese año, había cumplido dieciocho años y ese día coincidió con el apogeo alemán de la entrada del ejército en el territorio soviético. Poco tiempo pasó para que él y sus ocho hermanos se unieran al ejército victorioso. Un día, desfilando por la ciudad había conocido a Ernst Kaltenbrunner, el máximo jefe de las SS. Al verlo, imponente, majestuoso, pensó que él también quería tatuarse el grupo sanguíneo en el brazo. Al poco tiempo era ya miembro. Después del entrenamiento su primera misión guerrera fue ir a Francia en 1942 y después a la Unión Soviética hasta 1944. Allí, ya era miembro de las Einsatzgruppen de las SS (unidades de ataque móvil). En Shenderivka, Novo-Buda y Komarivka, en sus sinagogas, asesinaron a muchos civiles judíos. Hicieron una gran pira de leña y encima pusieron los cuerpos. Previo habían muerto y recogido todas las joyas de las ricas mujeres judías. Durante días en esa zona de Ucrania, el aire apestó a olor de grasa humana quemada, un recuerdo de sus días de criador de cerdos. Con base a su valorado desempeño en el Este, subió rápidamente en el rango militar para terminar siendo capitán de las SS. Luego, fue desplegado a Italia en 1944 para defender la Línea Gótica en los Apeninos, siendo capturado por una unidad estadounidense en Trento. En abril de 1945, durante un cambio de guardia escapó desde su prisión a Bavaria. Empezó a usar una identidad falsa. Un oficial alemán amigo en el intertanto, había quemado los archivos que certificaban su afiliación partidaria. Mediante unos curas de la iglesia católica bávara se las ingenió para conseguir unos papeles falsos de oficial de la Cruz Roja. Con esos huyo a Argentina y más tarde a otro país sudamericano austral, en 1950. Su mujer e hijos alemanes llegaron tiempo después a sudamérica. Una vez llegado, prontamente se contacta con Walter Boettger, el jefe del Landesgruppen en ese país sudamericano.
Durante el apogeo nazi, en Alemania, había conocido a Albert Von Appen, cuyo nombre de guerra era «Apfel» (manzana), un marino mercante que coordinaba la red de espías nazis en el continente latinoamericano. Pero sus mejores contactos eran a través de la organización de ex miembros de las SS. La red oculta en la profundidad de la obscuridad nazi. Ellos serían sus amigos de toda la vida, incluyendo el país sudamericano al que huyó. Allí, ya terminada la guerra, desempolvó las joyas y con el dinero obtenido de su venta y con él volvió a ser un schweinebauer. Durante varias décadas fue un tranquilo agricultor en el centro de ese país sudamericano. Sus industrias crecieron enormemente y la gente campesina del lugar se preguntaba extrañada de dónde salía tanta riqueza en tan poco tiempo. Lo que nunca dijo, es que camino al Este, en Ucrania, como Einsatzgruppen, robaron millones apropiándose de las joyas de los judíos ucranianos a quienes mataron impunemente. En el país sudamericano ya como millonario prontamente volvió a la iglesia católica donde fue reconocido como un piadoso y fraternal hombre. Dicen los periódicos que como muchos nazis murió impune de sus grandes crímenes. Sus numerosos hijos, estudiaron en la principal universidad católica local, lugar que concentraba lo más granado del pensamiento supremacista blanco. También los medios escritos dicen, qué durante la dictadura anticomunista que derrocó a Allende, ocurrida en el país sudamericano, quizás por nostalgia de lo que alguna vez había hecho en Europa, ayudó a dar muerte a campesinos izquierdistas. Con el paso del tiempo, uno de sus hijos fue ministro de asuntos sociales del cruel dictador local, lugar desde donde cambió los derechos sociales largamente adquiridos por magros subsidios monetarios para los pobres. Sus otros hijos, esperando hacer también su aporte se afiliaron al más duro partido político anticomunista de ese país sudamericano. Dicen los cronistas, que uno de ellos, ya en el siglo 21 intentó dos veces ser presidente y reformar la Constitución Política del país sudamericano, con un drástico programa de gobierno, que emulando el infame rol doméstico y reproductivo patriarcal asignado a la mujer en el Tercer Reich, pretendía imponerlo en ese país. El programa recordaba los mejores tiempos de su padre en la Alemania nazi.
Parafraseando a William Faulkner, Premio Nobel de literatura norteamericano: Se puede confiar en las malas personas, no cambian jamás.
