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La Última Sequía

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SEQUIA - ESCASES - AGUA - DEFICIT DE AGUA - EMERGENCIA AGRÍCOLA - TERRENOS - TIERRA - PULSO - EMPRESAS Y MERCADOS - PAG014

“Una delgada película, formada por una larga cadena de polímeros saturados, producto de las enormes cantidades de desechos industriales que se habían descargado en los océanos, cubría las aguas. Esta membrana separaba el agua del aire e impedía toda posible evaporación. El mar había fabricado una piel de unos cuantos centímetros de espesor, lo bastante fuerte como para devastar las tierras que antes había irrigado”. J. G. Ballard. La Sequía. 1965.

Algunos años atrás, navegando en la costa central tuvo la sensación de que el agua de mar estaba cada vez más fría. Toda su vida había visto que las aguas templadas del mar producían enormes nubes, henchidas de lluvia que subían al cielo como majestuosas catedrales que el viento las estrellaba contra la cordillera, allá a lo lejos. El cielo crepuscular, como un grandioso techo era de una belleza de colores sin igual. Desde mar adentro, se veía como las nubes corrían a estrellarse contra la cordillera para luego emerger como una serie interminable de blanquísimas cumbres de nieve apuntando al cielo. Al acercarse a la costa, después de esos largos viajes, se veía también como los ríos entraban muchos kilómetros mar adentro, con su agua turbia, llena de sedimento y de vida. Con el tiempo, el mar se había enfriado y las nubes lentamente habían desaparecido. La lluvia comenzó a escasear, las cumbres se tornaron grises y los ríos se sacaron silenciosamente. En las playas, millones de medusas atraídas quizás por qué cosa, inundaron las costas con su gelatina viscosa y quemante. Un día escuchó que el sistema climático llamado Anticiclón del Pacífico, estaba desapareciendo. Nadie entendió mucho en ese tiempo. Solo que no llovía y que luego de un tempo no llovió más.

Ese día, como muchos otros desde hacía tiempo amaneció lento, imperturbable. Un cielo azul límpido, agobiador despuntó nuevamente como todos los días desde hacía años. El corral de las cabras, cercano a la casa, estaba en silencio. Las cabras muertas comenzaban a hincharse, deformes de tanto comer madera, pues el pasto y los arbustos habían desaparecido hace años. Al igual que en los años pasados todo era silencioso. Los pájaros habían desaparecido. Al comienzo, daban algunas crías pequeñas y débiles que caían enflaquecidas desde los nidos, desesperadas por la sed y el hambre. Luego, los cantos de las aves e insectos desaparecieron. Las mañanas ahora eran todas iguales, silenciosas, desde años que eran así.

El gran río que bordeaba las montañas nortinas había comenzado a secarse pausadamente desde hacía varios años atrás. Solo algunos se percataron. Ahora, miles de túneles, cómo agujeros de gusanos, perforaban la piel de la otrora serpiente plateada que escurría hacia el valle. Eran los escombros de la desesperada búsqueda de agua. Todavía se recuerda, casi olvidado cuando las hojas de los enormes perales de las casas de campo comenzaron a amarillar. Al comienzo, muchos pensaron que el otoño se había anticipado o que quizás que peste los había atacado. Las peras se achicaron y con el paso de los años no fueron más que secos mendrugos que pendían miserables de las resecas ramas.

Un día, las mangueras que regaban los parronales nortinos comenzaron a borbotear y luego como en un estertor de animal herido, soltaron densas nubes de polvo por las boquillas, pero ninguna gota de agua. Los miles de goteros, como una red gigante desparramada por los valles, lo cubría todo como los secos sarmientos de las uvas sobre la tierra calcinada. Las uvas comenzaron poco a poco a achicarse y luego en los años siguientes, como racimos secos de pasas agrias, cayeron al suelo. Ahora, los enormes valles eran un mar silencioso de sarmientos calcinados bajo el intenso resplandor azul del cielo.

En el sur, en los campos de hielo desde hacía años que un extraño calor sobrepasaba los 35 grados. Al comienzo todos estaban alegres pues ahora se podía sin frio hacer turismo y disfrutar de la naturaleza. Sin embargo, un buen día al caminar sobre el hielo de los campos este no parecía firme. Una extraña sensación de inestabilidad lo cubría todo. El lago Cachet durante años había estado silencioso, pero un día un inmenso tremor anunció el quiebre del vientre helado que lo sostenía. El nivel del agua comenzó a bajar violentamente. Las aves, que por allí pululaban, lo abandonaron llenas de espanto. Luego con un estruendo, comenzó a vaciarse con una velocidad impensada. Los noticiarios dijeron que en 20 horas habían desaparecido dos mil millones de litros de agua. El terror a lo incomprensible inundó a la gente. El hielo bajo sus pies estaba lleno de ruidos y trizaduras, las aguas milenarias escurrían hacia la oscura profundidad de la tierra.

Esa mañana, al abrir la llave del lavamanos no hubo sino estornudos y una carraspera con leves gotas de agua. El conserje del edificio dijo que la cisterna se había secado, que ya no llegaba más agua. En algún momento los noticieros habían dicho que la ciudad solo tenía reservas para 36 horas. La gente, alarmada comenzó a salir a los pasajes y calles. No podían creer que el agua ya no estuviera. Algunos, atontados por el calor extremo, entraron resignados a sus casas a esperar qué con el paso de los días el agua volviera. Hacía ya algunos meses que no había agua en los supermercados y los parques habían muerto hace tiempo. Quedaban los esqueletos de algunos árboles y briznas de pasto seco. Algunos empresarios habían inventado un sistema de reparto privado de agua al cual se podía acceder pagando una monstruosa cuota mensual de dinero. Pero cada vez los camiones repartidores eran asaltados por grupos de vecinos armados, desesperados por la sed. Muchos años antes, cuando se pronosticó la falta de agua y se anunció el racionamiento, la mayoría de las personas siguieron usando el agua como si nada pasara. Pero los barrios ricos de las ciudades tomaron precauciones. Estos habían reforzado con milicias armadas los accesos a sus propiedades, donde el agua acumulada en grandes depósitos y con sistemas de reciclaje, fluía sin limitaciones. Afuera, la ciudad reseca moría lentamente.  Los primeros síntomas graves de la sequía fue el aumento inusitado de los abortos en las mujeres. Miles de ellas, despertaban en la mañana, se miraban el vientre inmóvil y seco como un desierto. Los niños nonatos, abortados casi sin dolor, eran pequeñas figuras resecas que eran extraídas de los vientres como malos frutos. Al principio de la sequía algunos jóvenes comenzaron a migrar de las grandes ciudades hacia el sur. Ahora la gente lo hacía en largas y masivas procesiones, a pie o en los vehículos más impensados. Carritos llenos de envases con agua, para el largo y desesperado viaje al sur. Algunos con figuras religiosas como estandartes de esperanza. Grandes incendios comenzaron en las zonas pobres de las principales ciudades. El cielo rojo por el resplandor del fuego, que permanecía así durante semanas, acompañaba durante meses día y noche. No había agua para controlarlos y el calor asfixiante se extendía como un azote implacable por todas las ciudades. Los bosques nativos del país habían sucumbido progresivamente y ahora eran leña seca que alimentaban los enormes incendios que asolaban el país. Las grandes plantaciones de pinos y eucaliptus, luego de extraer hasta la última gota de agua del suelo y con su madera amiga del fuego, azotaban con sus gigantescos incendios a vastas regiones del sur del país durante meses.

Cadenas de supermercados

La sed había comenzado como una flagelo rápido y explosivo primero en los barrios pobres de las ciudades para luego extenderse a otros sectores. Durante años, la poca agua que había disponible en muchos lugares fue reusada allí al infinito. Pero un día, ya no hubo más. Las personas al mirar sus recipientes vacíos comenzaron a llorar desesperadamente. Enormes procesiones recorrían la ciudad, en busca de algunas trazas de agua, pero todo estaba abandonado y reseco. En los barrios pudientes, fuertemente fortificados por milicias armadas, durante muchos años de sequía el agua fue abundante y desde lejos se oía el chapotear de los niños en las piscinas y la risa alegre de las damas ricas. En su periferia, fuera de los muros, con turbas desesperadas tratando de saltar los muros fortificados, los niños y madres muertos de sed se resecaban al sol como en un gigante calvero.

El hambre comenzó lenta e imperceptible. Lo primero que escaseo fueron las hortalizas. Sin embargo, las grandes cadenas de supermercados habían acopiado millones de tarros de verduras en conserva y durante varios años, pareció aquellos que tenían dinero que no había pasado nada. Aunque al principio aun los canales tenían algo de agua producto del derretimiento de los últimos glaciales, luego esta comenzó a escasear lentamente y las siembras fueron desapareciendo.  Pero el problema más grave vino con el trigo. La siembra de invierno en las azotadas tierras del sur por la sequía desapareció. Como había dinero se importaron a diario muchos miles de toneladas de trigo desde el extranjero. Durante un tiempo fue un alivio, pero la sequía en los países productores hizo que la producción mundial cayera a cero. Un día el pan había desaparecido de las panaderías. La gente con las manos llenas de dinero después de recorrer las ciudades volvía a su casa por la noche con pequeñas trazas de alimentos. Luego, ya no hubo más alimentos y el hambre atenazó los estómagos de millones en las ciudades. El primer síntoma grave del hambre fue el inusitado aumento de las muertes de niños y viejos por inanición. Cada día en cada ciudad se enterraban miles de personas muertas por la sed y el hambre. Enormes procesiones de personas de tez cetrina circulaban a las calles y los muertos eran enterados en una reseca y polvorienta tierra, adornada con flores multicolores de plástico.

La costa comenzó a ser lugar de destinos de miles de personas que habían huido desesperadas desde las ciudades. Con paneles solares o simplemente con improvisados alambiques, sacaban agua de mar y por destilación producían pequeñas cantidades de agua para beber. La costa se había transformado en un enorme territorio poblado por millones de carpas. Algunos para alimentarse pescaban pequeños peces que durante años habían desarrollado horribles mutaciones para subsistir a la contaminación del mar. Sin embargo, la mayor parte de los mariscos y peces que lo habitaban habían desaparecido. La flota pesquera de las cinco familias a la cual un gobierno inicuo le del país, se mecía abandonada, a la gira, mar adentro.

La guerra total en el país comenzó cuando los científicos anunciaron que ya no era posible bajar los gases efectos invernadero que calentaban la tierra, que había cambiado el clima. Señalaron que el cambio era irreversible y que significaba la extinción mundial de toda forma de vida, incluyendo a los humanos. Una vez que la noticia se extendió, cientos de grupos armados comenzaron a recorrer el territorio en busca del agua que tenía atesorada la gente. Enormes bandas armadas, atacaban también los ya vacíos depósitos humanitarios de comida. En las ciudades ya no había defensa pues los ejércitos regulares se habían disuelto.  La costa era atacada una y otra vez y el agua destilada del mar era robada a sangre y fuego.

Sin embargo, la sed y el hambre que mataba por millones comenzó también a menguar a los grupos armados. Las grandes ciudades eran ahora enormes espacios abandonados, donde no vivía un alma. Solo en algunos lugares de la costa, quedaban pequeños grupos de personas, destilando agua en escondidos lugares. Sin embargo, una extraña vaguada costera cada vez más creciente también les privó del sol con el cual destilaban. Cada vez, la costa estaba más obscura y las plantas desalinizadoras ya casi no producían agua. Ya no se sentían ruidos humanos. El sol salía radiante cada mañana, implacable hasta la noche. De a poco, el ruido humano dejó de sentirse en todos lados. Al mirar el territorio, una inmensa llanura desolada, nada se movía, había un silencio total. Nada se movía. Al fin, la tierra calcinada, agotada por los humanos descansaba en paz.

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El autor agradece los valiosos comentarios hecho al texto original de este relato por Pablo Concha Ferreccio y Antonio Díaz Oliva.

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