lunes, abril 29, 2024
Reportajes50 años: Víctor Jara, cruce y accionar de...

50 años: Víctor Jara, cruce y accionar de quienes arriesgaron su vida por él

-

Síguenos en

A la muerte de Joan Jara (15/11/2023) y a la llegada a Chile del ex teniente de ejército, Pedro Barrientos (1/12/2023), inculpado como principal responsable del asesinato de Víctor Jara, Héctor Herrera Olguín, ex funcionario del Registro Civil e Identificación, quién reconoció el cuerpo sin vida del cantautor en la Morgue, avisó y ayudó a Joan a enterrarlo en el cementerio, cerró el ciclo de esta dolorosa historia que lo llevó en 1976 a solicitar refugio en Francia y a 50 años, en medio de presentaciones, homenajes y agradecimientos por su valiente gestión que impidió que el cantautor fuera un detenido desaparecido, recibió el premio Arte y Memoria Joan Jara 2023,  la familia Jara lo incorporó como un integrante  más entre ellos y el Registro Civil e Identificación le otorgó una medalla en la que se reconoce su accionar a la altura de una tarea de Estado en resguardo de los derechos humanos. El caso de este entierro clandestino la escuché por primera vez en 2013 en el documental  “Víctor Jara No. 2547” de Elvira Díaz, hija de un exiliado residente en Francia, una historia que mantuvo en secreto en una caja muy escondida de su memoria por casi 40 años y que solo sacó a la luz a pedido de la propia Joan Jara para prestar declaraciones en el juicio civil interpuesto en Estados Unidos, junto a sus hijas y el Centro de Justicia y Responsabilidad (CJA) en relación a la participación del ex teniente de ejército, Pedro Barrientos, residente desde 1989 en dicho país, juicio que en 2016  lo declara culpable de torturas y ejecución extrajudicial, fijando una millonaria compensación por daños y prejuicios. A partir de entonces traté de ubicarlo para una entrevista, pero no fue hasta el 2014 cuando logré acceder a su contacto, gracias al abogado, Boris Navia Pérez, ex jefe de Personal de la Universidad Técnica del Estado (UTE),  a quién entrevisté para incluir en mi libro «Amor Subversivo» la historia del rescate del último manuscrito de  Víctor Jara, aquel que redactó un par de horas antes de morir acribillado en el subterráneo del Estadio Chile y en el cual habla del horror y del espanto/ la matanza como un acto de heroísmo / la sangre para ellos como medallas/ Espanto como el que vivo/ Como el que muero, espanto». Días después, prisionero en el Estadio Nacional, a prueba de torturas y riesgo de vida, el abogado logra sacar clandestinamente a la luz una copia de este escrito, según dice, su último aliento. Héctor Herrera, ex funcionario del Registro Civil e Identificación y Boris Navia, abogado, ex jefe de personal de la Universidad Técnica del Estado (UTE) se conocieron en medio del juicio a Barrientos en Estados Unidos, los citaron a declarar, considerando la presencia de su ADN en las ropas de Víctor Jara, tras su exhumación. Uno consiguió la chaqueta con la que se abrigó en las noches en el Estadio Chile y el otro en el Instituto Médico Legal ( Morgue) con ella lo arropó a modo de mortaja y dispuso su cuerpo en el ataúd. 

Descargados de camiones militares

La historia ocurrida en la Morgue comenzó la mañana del 16 de septiembre de 1973. Héctor Herrera, 23 años, selló un compromiso mutuo de silencio con un auxiliar, al que llamaban Kiko, tras reconocer el cuerpo sin vida de Víctor Jara, en medio de una pila de alrededor de 300 muertos, todos ellos descargados de los camiones militares como si fueran sacos de papas. Tras este pacto, tratando de no llamar la atención de sus colegas, lo primero que hicieron fue sobar lentamente sus fracturadas manos para soltar sus dedos y luego proceder a tomar sus huellas dactilares con la tinta, cuya ficha, saltándose el procedimiento protocolar, Héctor, escondió  en el bolsillo interno de su chaqueta, dando curso a un sigiloso plan destinado a corroborar si efectivamente era el cuerpo del «compañero Víctor, uno de los nuestros», como le había dicho el auxiliar.

Con la ficha de las huellas, al día siguiente (17 de septiembre de 1973) antes de ir a su comisión de servicio asignada en la Morgue,  acudió a las oficinas del Registro Civil, donde entabla un segundo pacto de absoluta reserva con Gelda Leighton, funcionaria de la sección de Dactiloscopia, quien accedió a realizar el trámite. Para que nadie se diera cuenta, le pasó disimuladamente el documento por debajo de una mesa de la sala del café y ella, al recibirlo, lo guardó en el bolsillo de su delantal. Necesitaba verificar fehacientemente si las huellas correspondían o no a Víctor Jara. Al cabo de un poco más de media hora, regresó con los ojos llenos de lágrimas, confirmándole con un gesto que se trataba de él.  Siguiendo su plan, acto seguido, acudió hasta el Kardex de archivos que registra y clasifica de manera alfabética y numérica las huellas dactilares con los datos civiles de cada persona, donde encuentra el nombre completo de Víctor Lidio Jara Martínez y la dirección de su domicilio, datos que en vez de escribir en un papel decide memorizarlos, evitando con ello levantar cualquier sospecha entre los funcionarios que trabajaban en dicha oficina. No quería que nadie se enterara del seguimiento personal que hacía a esta específica ficha dactilar. Todos los conocían, llevaba más de tres años en este trabajo que consistía en la toma de huellas dactilares con las tintas a jóvenes y niños que sacaban su documento de identidad por vez primera. También tenía una representación en el sindicato de trabajadores. Tras esta gestión retorna a sus nuevas funciones, un infierno diario que lo marca de por vida, según describe. Su nuevo quehacer y el caso de Víctor Jara lo habían vuelto un tanto retraído, pero muy alterado, casi con los nervios de punta. No quería comer, apenas hablaba y no quería contar a nadie su experiencia directa con las primeras víctimas de la larga noche dictatorial. El 17 de septiembre, por la tarde, al llegar a su hogar, su padre habló con él, presionándolo para que le contara detalles de lo que sucedía. Tanta fue la insistencia que asumiendo cualquier riesgo, le dijo que había reconocido el cuerpo del cantautor y que al día siguiente se proponía ir a notificar a Joan a su propio domicilio particular. Su padre y su hermano mayor lo apoyaron de inmediato e incluso su padre le traspasa técnicas de manejo clandestino que conoció durante el período de González Videla.

El 18 de septiembre de 1973, muy de mañana, Héctor Herrera, llegó a la casa de Joan, siguiendo  los consejos de su padre. Por si alguien lo seguía, tomó varias micros y al encontrar la calle y numeración siguió caminando de largo, deteniendo su andar solamente después de constatar que no había vigilancia ni movimiento extraño. Entonces, retrocedió, tocó el timbre, una ventana en el segundo piso se abrió y luego una mujer rubia salió a su encuentro a la puerta. Era Joan. No hallaba cómo empezar la triste noticia que debía entregarle. Nerviosamente le dijo su nombre, que militaba en todos los partidos políticos y que estaba allí para darle una información muy delicada y en forma personal. Joan lo mira a los ojos, lo invita a entrar, donde observa a sus dos hijas pequeñas, un perrito y una persona mayor, a quien Joan le pide se trasladen al segundo piso. Tras escucharlo, ella, llora silenciosamente con las palmas de sus manos sobre su rostro. Conmovido, al verla tan frágil y vulnerable, le ofreció acompañarla a tramitar el retiro del cuerpo y a su entierro.

Causales y hora de su muerte

Una vez en el edificio del Instituto Médico Legal, mientras Joan esperaba en una sala, él tramita el certificado de defunción con un oficial, a quien responde preguntas sobre las causales y la hora de muerte. Paradojalmente, en medio de la ilegalidad de todo lo que les rodeaba y en un Estado absolutamente fuera de la ley, los funcionarios cumplían un conducto regular. Héctor respondió rápidamente todas las preguntas y lo que no sabía lo inventó. La idea era salir de allí lo antes posible. Concretamente dijo que la data de muerte correspondía a las 5:00 horas de la madrugada del día 14 de septiembre por heridas de balas. Una funcionaria de una oficina colindante al escuchar todo esto se levantó de su escritorio, buscó a Joan, se sentó junto a ella y la abrazó; fue el primer pésame. De manera paralela, otra  funcionaria, cotizaba presupuestos con un servicio funerario y como Joan no tenía el dinero suficiente para pagar la compra de un ataúd y un nicho, Héctor, la acompaña a la casa de Héctor Ibaceta, uno de sus bailarines de su taller, a quién Joan solicita pueda financiar el servicio funerario. Momentos después, Víctor Jara, fue enterrado por su esposa, dos Héctor, un sepulturero y el hombre que trasladó su urna en un carrito desde la Morgue a un humilde nicho del Cementerio General. Con una corona que el sepulturero sacó de otra tumba, sin aplausos, ni consignas, ni discursos, ni cantos, ni guitarras, ni compañeros de camisas amaranto, su tumba fue rotulada tan solo con las iniciales NN, pero al cabo de una semana la propia Joan instaló una placa con el nombre Víctor Jara – 14 de septiembre 1973. No hubo día alguno que no le faltase un clavel rojo. El sepulturero se había comprometido con Joan a mantener esta morada siempre limpia,  resguardada y con flores. En plena dictadura, poco a poco, corrió la voz que allí yacían los restos de Víctor Jara.  Así fue como un día, alguien agregó la frase «Hasta la Victoria» escrita con una gruesa brocha y durante el período de las protestas empezaron a realizarse homenajes en vivo frente a dicha tumba. Tiempo después Eduardo Galeano escribió “Tú no moriste contigo” y Mario Benedetti «Contigo la memoria se hace canto”.

Víctor Jara,  militante del Partido Comunista de Chile, funcionario de la Universidad Técnica del Estado, fue detenido el 12 de septiembre de 1973 en la Universidad Técnica del Estado (UTE), junto a cerca de 600 estudiantes, profesores y funcionarios. Ese día, las tropas del ejército derrumbaron la puerta principal del plantel, dispararon, atacaron por fuera con artillería de guerra y a su ingreso procedieron a detenerlos, dejándolos varias horas tendidos en el suelo, boca abajo y con las manos en la nuca mientras buscaban armas y a los dirigentes los interrogaban a punta de fusiles. Horas más tarde, los trasladaron al Estadio Chile en buses y a otros caminando en fila india con los brazos en alto. La mañana del 11 de septiembre, en medio del golpe de Estado, habían acordado en una asamblea ampliada mantenerse al interior del recinto universitario en una acción de defensa del gobierno del presidente Salvador Allende, cuya agenda a realizar en dicha universidad contemplaba la inauguración de una exposición de afiches y el anuncio de una convocatoria a un Plebiscito ante el inminente levantamiento militar.

Pedro Barrientos

«¡A ese hijo de puta me lo traen para acá!», gritó un militar al interior del Estadio Chile, apuntando con su dedo a Víctor Jara. El testimonio corresponde a Boris Navia, abogado, por entonces, jefe de personal de la Universidad Técnica del Estado (UTE), quien se mantuvo cerca del cantautor durante todo el período de la detención en el recinto deportivo. A propósito del juicio abierto en Estados Unidos buscando la responsabilidad del ex teniente, Pedro Barrientos, a la espera del llamado de la justicia para prestar sus testimonios, Héctor Herrera y Boris Navia, coinciden en el ascensor de un hotel. La respuesta “En este pisito”  frente a una pregunta en torno al lugar del desayuno, les permitió tomar contacto, reconocerse y  ligarse para siempre frente a este doloroso pasado común: las dramáticas últimas horas de Víctor Jara y en el caso de Héctor Herrera dilucidar sus dudas respecto de la chaqueta con la que lo arropó en el ataúd. Le había llamado la atención porque además de quedarle estrecha, era una prenda gastada y de un roñoso tejido de tweed, es decir, una chaqueta que no tenía nada que ver con aquella de cuero negro que usaba en sus presentaciones y o bien con la que aparecía en las  fotografías de importantes revistas. Y claro, no era de él.  El abogado  le contó que era de un obrero preso al igual que ellos. Nada se sabe de él. Algunos han dicho que era un carpintero,  pero lo cierto es que hasta ahora ni la memoria histórica ni la memoria colectiva ha logrado identificarlo. Quizás también lo mataron. Tampoco se conoce la identidad del médico que logró sacar del Estadio Nacional  el último manuscrito de Víctor Jara, aquel que escribió el 15 de septiembre de 1973 en las graderías del Estadio Chile.

El 15 de septiembre de 1973, casi al mediodía, el abogado Boris Navia le pasó una libreta y un lápiz para que escriba un mensaje a su esposa mientras otros prisioneros hacían lo mismo en los reversos de cajetillas de cigarros para que aquellos que salían en libertad tomaran contacto con sus familiares con el objetivo de informarles que estaban vivos. Víctor Jara, escribía y escribía cuando de un momento a otro se acercan dos soldados que lo arrastran, después de propinarle un fuerte culatazo por la espalda. Acto seguido, sin que ellos se dieran cuenta, él logró soltar la libreta que el abogado escondió rápidamente en el bolsillo interno de su vestón.  Ese mismo día, por la tarde, cuando los prisioneros eran trasladados desde el Estadio Chile al Estadio Nacional, al pasar por la salida principal, el abogado Navia observó el cuerpo sin vida de Víctor Jara, junto a unos treinta a cuarenta muertos, entre ellos, Litre Quiroga, director de Prisiones del Gobierno Popular.

Una vez en el Estadio Nacional, por la noche, el abogado encontró en su libreta el último escrito de Víctor Jara, un registro escrito de su propio puño y letra. Tomando en cuenta que se trataba de su último aliento, al igual que Héctor Herrera en la Morgue, pone en marcha un operativo clandestino, esta vez para lograr sacar dicho documento del Estadio Nacional, un plan que inicialmente parecía imposible, pero que siguió adelante con el apoyo del ex senador comunista, Ernesto Araneda y dos profesores amigos. En conjunto, decidieron ocular la versión original bajo la suela del zapato del abogado, tarea que fue encomendada a un zapatero prisionero como ellos. Entretanto, los profesores memorizaban los versos y  al mismo tiempo los escribían al reverso de dos cajetillas de cigarrillos. Una de estas copias fue entregada a un joven estudiante y la segunda a un médico. Ambos habían sido notificados de su puesta en libertad. A la salida del estudiante, los militares le encontraron el escrito por lo que a punta de torturas reveló el operativo en marcha.  Entonces, llamaron por un altoparlante al abogado Boris Navia. En manos de oficiales, uno de ellos sacó el escrito original de su zapato y luego lo colgaron y torturaron con corriente eléctrica. Nada dijo, no lograron quebrarlo, ni derrumbarlo, estaba dispuesto a dar su vida por la sobrevivencia del último aliento de Víctor Jara. Cada segundo, cada minuto, permitía concretar la fase final del plan, es decir, que el médico lograra cruzar los barrotes del estadio convertido en campo de concentración con la única copia que quedaba y la echara a volar por el mundo. Tampoco se sabe quién fue, ni como luego estas llegaron a manos de la propia Joan en Londres ni como cruzaron la cordillera. A mediados de 1974, Camilo Taufic, incluyó el manuscrito en un libro que publicó en Buenos Aires; lo único que se ha dicho es que alguien logró sacarlo del país dentro de una cápsula de remedio.

A 45 años del asesinato de Víctor Jara, siete ex militares  fueron responsabilizados de homicidio calificado y a 50 años estas acusaciones y condenas fueron confirmadas por el más alto tribunal de Justicia, aunque el abogado, Nelson Caucoto, a cargo de esta causa, afirma que hay más involucrados y que se trata de personas de alto rango, las cuales se mantienen en el anonimato e impunes. En esta causa se ofició al Registro Civil rectificar la fecha y hora de defunción de Víctor Lidio Jara Martínez al día 15 de septiembre de 1973, a las 18:00 horas. En los días más álgidos de la persecución y represión masiva, estos dos actos de resistencia que involucran la participación de una veintena de personas permiten reconstruir sus últimas horas «ahí donde todo comienza y todo termina«.

Joan Jara, abandonó Chile con sus hijas Manuela y Amanda en octubre de 1973.  Doce años más tarde (1985) regresó con sus hijas para proseguir su incansable lucha por la verdad, la justicia y la memoria. El sepulturero cuidó su tumba  hasta sus últimos días. El bailarín, luego profesor de danza, no recuerda lo ocurrido debido a un trauma y tensión emocional. El abogado, Boris Navia, después de su paso por el Estadio Chile y Estadio Nacional fue enviado al campamento de Chacabuco y Cuatro Álamos. La libreta la donó como pieza de museo a la Fundación Víctor Jara. También escribió un relato testimonial de denuncia y se ha dedicado a brindar apoyo legal a organizaciones campesinas y sindicales, además de integrar la Asociación de Académicos y Funcionarios Exonerados Políticos de la Universidad Técnica del Estado (UTE) que agrupa a una parte de los cuatro mil profesores y funcionarios destituidos de sus cargos.

Héctor Herrera,  fue encarcelado un año después de su hazaña en la Morgue, pero no fue por saltarse el protocolo para enterrar a Víctor Jara sino porque lo acusaron de falsificar cédulas de Identidad para aumentar la votación del presidente Allende, cargo que no prosperó por lo que obtuvo su libertad. En 1976, cuando supo por casualidad que buscaban a la persona que enterró al cantautor, partió a Francia, donde estudia Cocinería. Después de trabajar en varios lugares abrió en Nimes, su propio  restaurante (El Rinconcito), un espacio que ofrecía comida chilena y se transforma en un punto de encuentro y de reuniones de la asociación “Amigos por Víctor Jara”, en la que participa como un integrante más y establece vínculos solidarios e intercambio cultural con diversas organizaciones chilenas y muy específicamente con la Fundación Víctor Jara. No ha sido nada fácil su vida. Después de acogerse a jubilación, entre 2015 y 2019, Héctor Herrera y su esposa francesa, Beatrice Dumond, ella de enfermera y él como dueño del restaurante, venían a Chile cada seis meses. La pandemia y el cierre de los aeropuertos y fronteras los dejó varados en abril de 2020. Dos meses después, en junio de 2020,  a la muerte de Beatrice, a consecuencias del virus Covid, regresó a Francia con las cenizas de su esposa y desde entonces no quiso regresar a Chile sino hasta septiembre de 2023 para unirse a las actividades de los 50 años del golpe de Estado y homenajes a Víctor Jara. A la muerte de Joan Jara, cierra este ciclo, decidiendo sellar el trauma que lo ha acompañado de por vida. Inicialmente vivía con las culpas de no haber podido hacer más, no haber notificado a más familiares. Un día me contó que por entonces cuando se subía a la micro para trasladarse a su casa, pensaba que alguno de los que viajaban con él podría ser un familiar  de aquellos que había identificado y o de quienes eran calificados como NN. En las calles, a veces  cuando encontraba que alguien se parecía a uno de los muertos que había identificado, tenía ganas de decirles que fueran por ellos, algo así como el revés del drama de los familiares de detenidos desaparecidos. Es una historia que lo ha perseguido a lo largo de 50 años. Nunca ha podido borrar los ojos abiertos de los muertos a los cuales les tomó las huellas digitales. Dice que tenían una mirada dirigida a sus asesinos. En 1973, Héctor Herrera, tenía 23 años, en 2023, cumplió  73 años.  En Milhaud, la ciudad donde reside en Francia, preside una organización que se dedica al retiro de los desperdicios arrojados en los bosques, una tarea que partió realizando para enfrentar  su dolor por la muerte de su querida esposa y su propia relación con Víctor Jara. Al cabo de unos meses se unieron a dicha tarea muchas mujeres francesas, mayoritariamente adultas mayores que salían a caminar como él. A 50 años, rodeado de chilenos y franceses ha logrado transformar sus traumas  en fuerza social, solidaridad y esperanza,  una memoria viva, mitad chilena, mitad francesa. A 50 años, donó a la Fundación Víctor Jara dos cuadros de madera realizados por el artista francés, Gerard Lattier en los cuales  bajo el título «Héctor, le chilien» retrata esta historia como un Vía Crucis, la muerte y la vida, necesitándose juntas como tal.

Myriam Carmen Pinto
Myriam Carmen Pintohttps://www.pagina19.cl
Myriam Carmen Pinto, periodista.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Últimas Noticias

Firmeza frente a los crímenes y modificación constitucional para permitir la compra de tierras mapuches a precio razonable

Es el eje del conflicto. Resolver aquello comenzaría a destrabar una situación que ha permitido hasta ahora a algunos...

Rocío Alorda, Presidenta del Colegio de Periodistas: “En Chile como en el continente, la libertad de prensa siempre puede estar en riesgo”

Entre el jueves 2 y el sábado 4 de mayo se realizará en Santiago la 31° Conferencia del Día...

Persona LGBTIQ+ en situación de calle, VIH positiva, interpone recurso de protección en contra de la alcaldesa de Santiago, Irací Hassler

Este 28 de abril de 2024, patrocinada por el abogado Rodrigo Ibarra Montero, persona trans sobreviviendo en calle, VIH...

SernamEG O’Higgins logró Presidio Perpetuo Simple de condena para el autor de Femicidio Consumado ocurrido en el año 2023

La condena se dictó en el Tribunal de Juicio Oral en Lo Penal de Santa Cruz, tras siete meses...
- Advertisement -spot_imgspot_img

Presidente Boric, retome el camino

“Presidente Boric, retome el camino” es la frase que resume la presentación del informe anual 2023-2024 de Amnistía Internacional...

Comisión de Pesca recibió a cerca de 50 organizaciones del Biobío

La diputada María Candelaria Acevedo, quien presidió la instancia en la Región, valoró la participación de los sindicatos; federaciones...

Debes leer

COP25: El Árbol que no da Sombra

 “Había una vez un tal Blaise Pascal, etc., etc.”....