Periodista y Psicóloga.
La derecha de nuestro país va por la vida con una actitud que no solo asombra, sino que ya escandaliza. Un “carepalismo” desenfrenado los une y moviliza sin un ápice de vergüenza.
Para sus representantes, que claman con las manos al cielo y los ojos entornados contra la violencia “terrorista”, no hay ni atisbos de memoria frente hechos protagonizados por ellos mismos en tiempos pretéritos.
Como el bombardeo a un Palacio de Gobierno habitado por un presidente elegido en forma democrática, rodeado por sus colaboradores, hombres y mujeres, a los cuales se les lanzaron rockets desde aviones de guerra. O las desapariciones forzosas de prisioneros y prisioneras políticas –muchas embarazadas- que tras sus detenciones, nunca volvieron a aparecer. O que incluso, en muchos casos, fueron desenterrados de fosas clandestinas para hacerlos desaparecer en forma definitiva en el mar, en operaciones tan desquiciadas y crueles como sus nombres: “retiro de televisores”…
Estos carepalos hacen de su actuar político un olvido patológico respecto de cómo fueron sus inicios tras derrocar al gobierno democrático de Salvador Allende. Por ejemplo, de las miles de acciones brutalmente violentas que cometieron sin tregua. Como los juicios en tribunales militares a presos políticos desvalidos y sin defensa; las ejecuciones sumarias tras sangrientas giras en helicópteros por cárceles del país; los bombardeos a poblaciones periféricas; las torturas infinitas y recurrentes; las detenciones masivas y arbitrarias; los cierres de medios de comunicaciones; las persecuciones de dirigentes sociales; el exilio, el extrañamiento y las relegaciones a diestra y siniestra; los homicidios calificados disfrazados de falsos enfrentamientos; las censuras a destajo en el mundo cultural; los secuestros, los campos de concentración, las clínicas clandestinas, los cuarteles de exterminio. En fin, una lista horrenda e interminable de actos violentos y brutales contra una población diezmada por el terror y la sorpresa frente a un enemigo tan inesperado como insospechado.
Ellos, los autores intelectuales y materiales de toda esa barbarie que duró 17 años, son los que hoy rasgan vestiduras frente a hechos que se apresuran en calificar de “violentos” y “terroristas”. Proclamando que están contra la violencia “venga de donde venga”. A pesar de que la que ejercieron y la han ejercido históricamente contra grupos de los más distintos signos. ¿O eso no era violencia? ¿No fueron ellos los instauradores del “terrorismo der Estado”?,¿No fueron ellos quienes no trepidaron en rociar con bencina a jóvenes que protestaban y quemarlos vivos? ¿No fueron ellos los que encubrieron a los jefes militares de ese tipo de siniestros operativos ocurridos una y mil veces durante su oprobioso régimen? ¿No fueron ellos quienes tiraron la piedra y escondieron la mano cientos de veces? ¿No fueron ellos lo que dijeron “estar curcos” de los desaparecidos y denegaron miles de presos de recursos de amparo que habría salvado sus vidas?
Eso, solo en el ámbito de las violaciones a los derechos humanos, de la que tanto cacarean hoy ellos, bajo su gigante tejado de vidrio.
Dientes y puñales
Pero también está su actuar en otros ámbitos. Como el económico, el social, el cultural. Los vemos hoy armándose con dientes, puñales y muelas para encabezar una campaña del terror a partir de la cual dicen querer “salvar” valores patrios como la propiedad privada, o la educación libre de “influencias totalitarias”.
Ellos, defendiendo los fondos de las AFP después de haber sido autores, cómplices o encubridores de la privatización de esos dineros para la vejez de los chilenos. Hoy los grandes grupos económicos rasgan vestiduras y gastan fortunas en avisos y campañas con consignas como “¡con mi dinero no!” después de haberse hecho de esas platas a manos llenas en las épocas de Pinochet. Tan claro tenían que el cambio no favorecía a la gente que a las Fuerzas Armadas las dejaron con su antiguo sistema de previsión y ¡cuidado al que se ocurriera preguntar por qué o reclamar!
Ellos, llamando a defender la “libertad de expresión”, como se escucha varias veces al día en avisos de la ARCHI emitidos a través de las radios de su cadena nacional, cuando, después del golpe militar, nunca reclamaron por el cierre de decenas de medios de comunicación escritos, radiales o televisivos y la férrea censura impuesta a estos durante toda la Dictadura. Sin contar a persecución a miles de sus trabajadores, que fueron asesinados, torturados o enviados al destierro, o a aquellos que fueron relegados a lejanas localidades del territorio nacional.
Ellos, a través de sus más conspicuos representantes en la Convención Constitucional, llamando a defender lo indefendible y a votar a favor de la mantención del status quo en todas sus formas. Llega a dar vergüenza no solo de su impudicia sino de la forma descarada en que mienten. A eso hoy se le llama “fake news”. Noticias falsas, hechos inventados para sembrar confusión y discordia. “Divide y reinaras” parece ser uno de sus máximas. Están instalando una campaña a la vista y paciencia de todos quienes votamos abrumadoramente por el cambio. Tienen como caja de resonancia a los grandes medios de comunicación, al infaltable “fuego amigo” y a los despistados e incautos de siempre. Como la señora de la población que enfrentó al Presidente Boric a punta de gritos. Su único mensaje: “¡Amarillo! ¡Yo no hablo con amarillos!”.
Perverso anticomunismo
Ella no se refería al mismo color del grupo “Amarillos por Chile”, claramente. Ella le quería decir a Boric que era un tibio, y que no estaba cumpliendo nada de lo prometido. ¡A un mes de gobierno! Los otros “amarillos” se auto califican como antagónicos a las medidas “ultra” que estaría promoviendo la Convención y se han inscrito activamente en la campaña del “rechazo”. Es decir, la de los carepalos de los que hablamos en esta columna. Porque los “Amarillos por Chile” fueron gobierno y usufructuaron de muchas de las granjerías de serlo. Sorprende, por decir lo menos, un Waissbluth, un Rossi o una Alvear en ese grupo. Su creador, Cristian Warnken, alimenta la campaña con columnas que titula “Un fantasma recorre Chile”, en un perverso y anticomunista juego de palabras.
Los carepalo tienen hoy la audacia predicar que están por la “justicia social”, cuando en los años 80 aplaudieron la privatización no solo de la previsión, sino también de la salud y la educación, haciendo entrega a privados de esos servicios básicos o a su “autofinanciamiento”, lo que fue un eufemismo de dejarlos en la calle. Esa brutal injusticia social no los remeció en lo más mínimo. Es más. Muchos compraron acciones de los servicios vendidos y se convirtieron en “capitalistas populares”.
Es el carepalismo el que recorre Chile, y no como un fantasma sino como una realidad que golpea. Es difícil entender tanta disociación, tanta doble faz, tanta hipocresía. Es difícil entender la amnesia de la que supuestamente sufren. El olvido de un pasado no tan lejano, que ayudaron a construir y que hoy fingen ignorar.
Siempre es difícil moverse en aguas turbias, cenagosas. Y es lo que sentimos hoy. Hay una especie de desazón ambiental que nos embarga, que nos contamina, porque vemos a un gobierno con un mes recién cumplido y cuya administración es atacada y vapuleada por los carepalos de siempre, muchos de los cuales, lamentablemente, son dueños de diversos poderes facticos. Así no es fácil. Porque uno sabe que están al “aguaite”, esperando la oportunidad para atacar porque ellos no quieren el cambio. Nunca han querido dejar sus privilegios. Y nunca se habían sentido tan cerca de perderlos en alguna medida. Desde octubre de 2019 vienen viendo que su protagonismo está en declive, con todo lo que ello implica respecto de la tenencia del poder. Y no están dispuestos a aceptarlo.
Por ello es que los vemos actuar como actúan. No hay nada peor que una fiera en riesgo. La diferencia es que los animales nunca atacan por atacar, nunca dañan por dañar, a diferencia del ser humano. Más aun, ese ser humano que ha sido bestia en un pasado no tan lejano.