viernes, marzo 29, 2024
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Plebiscito de salida: La torta no se reparte

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Es tan difícil de entender que un 80% de los votos se transformara, el 4 de septiembre pasado, en un 38%…

A dos semanas del Plebiscito de Salida, quienes han luchado una vida entera por un cambio real en este país, están con una dolorosa certidumbre: se perdió abrumadoramente la posibilidad de contar con una nueva Constitución en el mediano y corto plazo. Se perdió una oportunidad histórica para los chilenos, especialmente para las nuevas generaciones. Para los más viejos, fue el tiro de gracia. Es difícil reponerse a una nueva derrota tan brutal. Todavía está vivo en el cuerpo el golpe de Estado de 1973, ese que le partió la vida en dos a millones de compatriotas, que nunca volvieron a ser los mismos. Y ahora se siente más demoledor porque el del 4 de septiembre fue un golpe cínico, con las metralletas escondidas bajo las faldas de los mismos que no dudaron en entregarlas a las fuerzas armadas hace 49 años. Esta vez tampoco dieron la cara y utilizaron a las fuerzas amarillas, entre otros.

Es ante estas brutales evidencias es que uno se pregunta si, una vez más, los chilenos cayeron lastimosamente en la trampa. La primera reacción es acusarlos del “pago de Chile”, porque uno los vio mostrando lo que parece ser una dolorosa ingratitud respecto de una derrota que tantos que no se merecían. Porque produce impotencia y quebranta el alma ver ganar, como casi siempre, a la injusticia, la sinrazón, la brutal ratificación del status quo, el triunfo de los poderosos de siempre.

Cuesta no sentirlo porque se ve a diario. Como cuando observas que los pillos son quienes se mantienen a flote y siguen siendo parte de los elegidos para cualquier iniciativa. Y que aquellos ingenuos y honrados son expulsados con arrogancia, autoritarismo y sectarismo político de cualquier iniciativa, permaneciendo muchas veces en las sombras de la absoluta precariedad económica.

Lo sientes cuando tomas conciencia que haber luchado por una causa tal vez fue la peor decisión que muchos pudieron haber tomado en sus vidas. Lo ves cuando piensas en cuantos dieron la vida -o sus ojos, o parte de sus cuerpos- por lograr el sueño de crear un nuevo país, y ese nuevo país termina siendo traicionado –a la hora decisiva- por los oportunistas de siempre, por esos que siempre se suman a quienes quieren detener, por cualquier medio, los cambios que se fraguan en heroicas y reiteradas batallas.

Lo sientes cuando ves que la pandemia llevó a mucha gente a vivir en “rucos” en la calle, tratando de sobrevivir vendiendo hasta lo puesto, mientras los dueños del país aumentaron sus ganancias en un 70%…

Es difícil no instalarse en la desazón, en la tristeza, en la profunda desilusión cuando observas que, ante una decisión histórica, muchos se hicieron los locos. O peor aún, se llenaron de argumentos inventados o pueriles para impedir el cambio de real magnitud, que tanta falta hace.

Hacer lo contrario

Se llena el alma de honda pena cuando piensas que el pasado 4 de septiembre el mundo esperaba de Chile una respuesta congruente con lo sucedido en los últimos tres años y, más bien fuimos noticia mundial por hacer lo contrario…

¿Qué le ha pasado a nuestro país? ¿Dónde está el respeto por quienes ofrendaron sus vidas para construir un mundo mejor? ¿En qué recodo se quedaron la mística y las banderas de la dignidad? ¿En qué esquina se perdió el rumbo? ¿En qué momento olvidamos la esperanza y los anhelos históricos? ¿En qué vuelta dejamos de ser lo que fuimos?

La respuesta, probablemente, esté en el sin fin de peleas perdidas que hemos dado desde el retorno a la democracia. En las batallas que fuimos perdiendo una tras otra frente a un enemigo que nunca pensó en renunciar a un ápice de su poder. Que nunca estuvo dispuesto a ceder un milímetro de su ancestral poderío. ¿Dejar de robarle las tierras a los pueblos originarios? ¡Jamás! ¿Dejar de esquilmar a la población más vulnerable a través de un sistema de salud creado al amaño de sus dueños? ¡Jamás! ¿Dar educación igual para todos? ¡Jamás! ¿Acceder a cambiar un sistema siniestro de pensiones por uno más justo para todos? ¡Nunca!

En psicología se dice que la falta de refuerzo extingue la conducta… ¿Será que nos aburrimos de pelear y nunca ganar y nos resignamos? ¿Que finalmente aprendimos la desesperanza?

Hace tan poco tiempo parecía que habían rebrotado la magia y las ganas. Que habíamos dado un rotundo sí a la idea de crear una nueva Carta Magna redactada por todos. Y habíamos elegido con vehemencia a sus representantes y con rotundidad al gobierno que acompañaría esos cambios.

¿Qué ha pasado? Quizás lo de siempre. Que el enemigo defiende con garras y muelas lo que considera suyo y no está dispuesto a perderlo bajo ninguna circunstancia. Y en esas condiciones, la pelea es siempre desigual porque una de sus armas es el terror ejercido contra personas ingenuas políticamente y también presas de un individualismo destructivo, que se impuso a sangre y fuego desde 1973 y que, lamentablemente, no fue erradicado a la vuelta de la democracia.

Estamos ante una peligrosa encrucijada. Peligrosa porque mucha gente cayó en la trampa, y puede seguir haciéndolo, siendo creyendo cosas como que una nueva constitución puede ser sinónimo de “mayor delincuencia”, de “instauración del comunismo”, de “falta de libertad para educar a los hijos”, de “expropiación de la casa propia”. En fin, un puñado de mentiras que, repetidas una y mil veces pueden lograr su cometido.

Es muy duro lo que estamos viviendo. Muy desalentador. Más aun, porque todas las posteriores discusiones apuntan a culparnos por “no haber entendido a nuestro pueblo”, por no haber previsto que estaba “en otra”, por haber ofrecido cosas que no quería. Cuando lo que en realidad ocurre es que las fuerzas que se adueñaron de nuestro país a sangre y fuego hace siglos, nunca van a aceptar que se ponga en cuestión su modelo, su sistema, su forma de repartir el botín.

No lo hicieron con Allende, y lo hicieron a su manera con los plebiscitos de 1988 y 1989. Para ellos, una cosa es la caridad y otra, la equidad. Una cosa es hacer “como si” estoy dispuesto a repartir la torta y otra, estar realmente dispuesto a hacerlo. Esta vez, la trampa fue muy bien tendida. Los resultados están a la vista. En 1989, la derecha también prometió el “oro y el moro” a través de un pacto sacado a la fuerza el que, a poco andar, se diluyó en las fauces del tiempo y el descaro que siempre ostenta este sector político.

Frente a este momento desolador solo cabe esperar que nuestros jóvenes saquen a relucir esa sabiduría que les hemos visto en otros momentos cruciales de las últimas décadas, y logren dar el golpe de timón que se requiere. Antes que sea tarde y se volatilice, como en 1989, otra vez una oportunidad inédita de cambio…

Patricia Collyer
Patricia Collyer
Periodista y Psicóloga.

1 COMENTARIO

  1. El izquierdismo sobreideologizado no ofrece mejores opciones que la carcundia autoritaria a lo que deduzco de los resultados de ese reciente plebiscito, contundente por participación y por resultado.

    La mejora material y palpable de las condiciones de vida del conjunto de la sociedad chilena no está ligada, ni depende, de la vehemencia de las consignas de la propaganda política sectaria. Y eso parece haberlo asumido a fondo una amplia franja de la ciudadanía chilena. No me explico de otro modo el contundente batacazo político cosechado por los impulsores del plebiscito.

    Si han aprendido algo, analizarán críticamente sus propias certezas ideológicas y quizás acierten a cambiar de rumbo a mejor. Si no han aprendido nada, se empecinarán en remachar el mismo clavo con el mismo martillo.

    Pero la verborrea doctrinaria no aumenta la riqueza producida, ni mejora su distribución, sólo exhibe las ansias de poder de quienes aspiran a hacerse con el control del poder político y económico.

    Aunque no se recuerde cada día hay una extendida y difusa percepción en Latinoamérica, pero no sólo allí, sobre la gran distancia entre los declarados propósitos de Fidel Castro cuando recaudaba fondos para su causa entre las prostitutas cubanas en Nueva York y la paradójica y cruel realidad de tantas mujeres cubanas para sobrevivir en la Cuba castrista y postcastrista. Cierto que USA y su bloqueo económico agudizaron el problema, pero el autoritarismo totalitario del régimen dirigente de Cuba no lo importaron de la Fundación Rockefeller, ni de ninguna universidad norteamericana, lo traía el régimen cubano de origen y lo exacerbaron con sus nuevos amigos políticos, la entonces URSS y la China del momento.

    No basta con cantar «Guantanamera» para construir una sociedad más justa, más libre y más próspera. Eso lo ha aprendido bien la población de las Américas: no podía fiarse de los depredadores capitalistas antes, ni ahora de aquellos o de los depredadores de los «socialismos» reales», cualquiera que sea el color de piel que exhiban.

    ¿Hay esperanza? Si, pero con mucho y duro trabajo. Trabajo real, productivo e inteligente.
    Hay muchas personas, en todos los continentes, honestas y activas, trabajando por hacer del mundo a su alcance un mundo mejor, confiable y menos azaroso. Que la gente buena no actúe como buena y pasiva gente, me parece parte de lo que se requiere.

    Si, pienso que cabe la esperanza, sin ingenuidad alguna, cabe la esperanza aunando esfuerzos y persistiendo en el propósito. Cabe esa esperanza, por lo menos para cuantos tenemos la convicción de que ningún Paraíso aguarda en ningún más allá, así que toca desdecir a Satre logrando que los otros no sean más el Infierno sino leales y esforzados socios y compañeros.

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