domingo, abril 28, 2024
NacionalEliana Cea: legado periodístico con forma de juego literario

Eliana Cea: legado periodístico con forma de juego literario

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A poco más de un mes de la muerte de mi madre, la periodista Eliana Cea de Figueroa, no es casualidad que este modesto homenaje irrumpa ahora. Hay quienes desarrollan una idea escrita con mayor facilidad ante los acontecimientos dolorosos. Traté de hacer algo similar a pocos días del deceso, pero sin resultados satisfactorios. Ahora, quizás, lo haya logrado. Lo manifiesto desde una empequeñecida modestia. Debo agregar que el mismo día del fallecimiento de mi mamá, acaecido en la madrugada del 22 de junio, pocas horas después otra gran amiga de ella y distinguida colega, Irene Geis, también dejó la vida terrenal.

No expongo estas ideas para reducir cualquier homenaje a un producto digno de concurso literario. Sí lo expongo para poner de relieve que, ante la partida reciente de un ser querido tan próximo, los pensamientos chocan entre sí, se contraponen, se desordenan, hasta se miran con menosprecio, luchan por tener su lugar más preponderante sin lograr su objetivo, se fragmentan y hasta se diluyen. Y eso ocurre hasta que el mismo universo los vuelve a poner en su lugar. Es el afecto que uno pone a las palabras: del caos llegan al cosmos.

Y creo que aquel espíritu es el mismo que, ante cada escrito, imprimía mi mamá para dar origen a una buena historia al teclear en una máquina Olivetti, Underwood o de otras marcas que  brillaban en materia de mecanografía en los años 50, 60, 70 y hasta 80, mucho antes del reinado total de la inmediatez, comandada hoy por las redes sociales en Internet, muchas veces casi sin filtro. No me cabe duda que, situados en esas décadas pretéritos, ella tardaba menos que yo en lograr sus propósitos literarios o periodísticos.

No quisiera tampoco concentrar el legado de ella sólo en instantes gloriosos que, si bien la encumbran en el lugar que sin duda (y con toda modestia lo enfatizo) merece, no alcanzan para dimensionar una figura tan humanizada en otros ámbitos. El hecho de haber brindado titulares principales de portada para el diario La Segunda y haber recibido cotizados premios como el Helena Rubinstein y el Municipal de Santiago, forman parte de esa primera mirada, pero parte importante de su herencia profesional tiene que ver con su contribución como profesora en la casa de estudios donde se formó: la Universidad de Chile y en otras universidades como el Arcis, la Bolivariana y la Academia de Humanismo Cristiano.

Varios de sus alumnos y alumnas, curiosamente de distintas generaciones, me transmitieron su emocionada admiración por ella durante los días de su velorio y funeral. El afecto había adquirido, con el curso de los años y en muchos casos, el virtuoso matiz de amistad. Su sensibilidad e idea de un mundo mejor, con más derechos, igualdades, libertades y también más culto y más sano en cuanto a convivencia, la llevó a liderar una importante organización de periodistas de izquierda en tiempos de la Unidad Popular. En contraste sufrió la dictadura como muchos y muchas compatriotas que vivieron en su propia tierra las restricciones y los dolores en el lapso de 17 años que duró formalmente el gobierno de facto.

Dos momentos

En ese mar de nombres y circunstancias, detallar todo aquello siempre será un acto de justicia pero también derivará en el riesgo de generar algo muy extenso y frío, más parecido a un informe, o guía telefónica, que a un tributo. Acudiendo a una fracción de ese mar, turbulento a veces pero de belleza humana la mayor parte del tiempo, rescato dos momentos: uno más puntual, que simboliza el significado del vínculo indisoluble madre-hijo, y otro alojado en diversos fragmentos a lo largo de tres años.

Un set de fotografías en color del verano de 1981, en El Quisco, corresponde al primer caso. Yo tengo nueve años de edad y mi mamá está bordeando la cincuentena (dato no menor: relaciones de edad casi iguales a las que tengo hoy con mis dos hijas). Las gestualidades corporales y faciales transmiten una conexión especial. En una de las instantáneas, en efecto, nos agarramos de las manos, sonrientes, símbolo inequívoco de simbiosis y de ese vínculo tan especial que teníamos. Y el resultado de esa simbolización es apreciable: une gustos por la música popular, el cine, la pintura y la literatura a lo largo del tiempo.

Veo transitar allí su predilección por Mercedes Sosa, Piazzolla, Ella Fitzgerald, Frank Sinatra, Edith Piaf, Raphael, Chaplin, Humphrey Bogart, James Dean, Marilyn Monroe, Marlon Brando, Burt Lancaster, Picasso, Nemesio Antúnez, Julio Cortázar, Truman Capote, Jean Paul Sartre, Simone de Beauvoir y muchos personajes más en un listado que, de sólo pensarlo un poco más, siempre queda corto. El contagio intelectual-emocional es potente. La única diferencia radica en mi bifurcación más rockera y popular en el caso de la música.

El otro instante ocurre algunos años más tarde, entre 1984 y 1987, y se sitúa en la librería Rayuela, bello proyecto literario enclavado en el centro comercial La Casa Colorada, de calle Merced, al suroriente de la Plaza de Armas, en pleno centro de la capital. Muy al margen de la visita regular de personajes del mundo de las letras, algunos de ellos muy conocidos, y la materialización de lanzamientos de libros, mi relación con Rayuela es el equivalente a una especie de matrimonio consentido con un lugar absolutamente mágico.

Conforme al léxico actual, es un emprendimiento. En esos tiempos se le llama simplemente negocio, aunque para mi familia tiene un sentido mucho más cultural y, por cierto, más emocional. El emprendimiento de mi mamá tiene mucho que ver con eso. Yo lo asoció con amistad, conversaciones sabias y entretenidas, cafés de cafetera, a veces galletitas, y paseos regulares por el mismo centro comercial de diseño arquitectónico de caracol: provisto de locales cuyos vidrios brindan cierta transparencia. Es factible recorrer sus pisos por un pasillo interior mediante el cual se pueden ver todos los locales comerciales,algunos por delante, otros por detrás. Hoy está distinto.

Pero lo más interesante está dentro del local en sí, provisto de una cantidad de metros cuadrados bastante generoso para los tiempos actuales. Hermosos muebles de madera de texturas claras, unos dispuestos y perfectos para la vitrina, otros como estanterías y los restantes como mesas, sirven para mostrar la oferta generosa, que no se limita a algunas categorías o títulos de publicaciones. Como añadido no menor en el plano ornamental irrumpen caricaturas de emperadores romanos en graciosas situaciones y frases en latín, además de afiches de películas clásicas de varias décadas antes como «Lo que el viento se llevó», «Casablanca» o «La comezón del séptimo año».

Evidentemente, en mi mente adolescente mi imaginación ya adquiere allí vuelos inesperados (mi madre habla, con mucho cariño, acerca de lo que ella considera en mí un «mundo interior»). Las coloridas portadas de los libros, algunas con llamativas ilustraciones, me llaman la atención y ya motivan preguntas bastante puntuales acerca de autores o títulos: Franz Kafka, Milán Kundera, Truman Capote, D. H. Lawrence, Desmond Morris, Francisco Simón, el mismo Cortázar (inspirador del nombre de la librería), Osvaldo Soriano, Manuel Puig, Mario Benedetti, Eduardo Galeano, Mario Vargas Llosa, Isabel Allende y Gabriel García Márquez son los personajes que rememoro dentro de un firmamento de notables de las letras y títulos que me invitan, sin animarme necesariamente a leer de inmediato, a especular, elucubrar, interpretar y hasta inventar…sin exteriorizar, claro.

Este espacio que abre mi mamá es igualmente un escape a otras de mis predilecciones, como el fútbol, la televisión y las radios (sobre todo las AM). No es que me ahoguen, pero siempre ha sido necesario una pausa cuando un tema que te agrada te satura mentalmente un poco. Las gráficas de «El almuerzo desnudo» de William S. Burroughs o de «Triste, solitario y final» (con Laurel y Hardy de espaldas a la cámara fotográfica que los captó, abrazados) de Soriano, me generan una curiosidad que, tras cartón, activa las preguntas a mi madre o a mi padre, o bien la imaginación. O el juguetón título «Los autonautas de la cosmopista», creación de Cortázar y su esposa Carol Dunlop. Y las revelaciones de mi mamá suelen tener ese encanto de sus relatos: por ejemplo, que «Triste, solitario y final» es un homenaje de Soriano al dúo cómico de «el Gordo y el Flaco», y que ahí también se manifiesta el encono del escritor argentino por figuras igualmente famosas como John Wayne o Dick Van Dyke.

Vuelta a 2022

Rayuela, dentro de muchos aspectos interesantes, anécdotas o historias más elaboradas, alegres o de mayor dramatismo en torno a mi mamá, además de amistades que de sólo nombrarlas generan otras ramificaciones de interés, constituía algo así como una especie de «kilómetro 0», «Hora 0» o, simplemente, una especie de punto de partida sobre temas que posteriormente me hicieron mucho sentido. Un antes y un después, si queremos exponerlo así. Me abrió la mente en tiempos en que la apabullante realidad impuesta por un régimen que se esforzó en restar fuerzas a ciertas libertades amenazantes para él, como las de la propia cultura, obligaba a artistas, escritores o gente del ambiente, a abrirse paso, o subsistir, mediante la autogestión, la mayoría de las veces con precariedad de recursos y, otras tantas, con matices de clandestinidad. La librería de Eliana Cea de Figueroa tenía otro perfil pero no por ello menos comprometido en esos años en que se ansiaba muchísimo la vuelta a la democracia.

Este emprendimiento de mi mamá, devenido en punto de partida o «casa mágica» en mi mirada adolescente, fue un gran legado de ella. No quiero aquí dejar de lado, en la materialización y en la gestión misma de la iniciativa, el aporte del resto de la familia y las amistades que brindaron apoyo a mi madre en este importante hito que, debo enfatizarlo, no tuvo su término por razones económicas, sino que sencillamente a raíz de una decisión diferente que ella quiso tomar en 1987. La comprensión, el respaldo y la labor de apoyo constantes e inclaudicables de mi papá fueron igualmente vitales durante esos cuatro años.

Por eso mismo, en el universo de los recuerdos que saltan tras el deceso de mi mamá y tras el caos de mi mente por esos días impactantes para mi padre y mis hermanes -soy el menor de cuatro: una mujer y dos hombres-, mis sobrines e hijas, las conexiones de ese verano en El Quisco y los años de la librería Rayuela resumen un vínculo que, después del 22 de junio, reviven en la pantalla, en las teclas, en la mente y en el corazón.

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