martes, mayo 7, 2024
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Jorge Baradit: “La Serpiente Anda de Nuevo Suelta y Seduce Fácil a los Desmemoriados”

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Para quienes no han leído ni conocen la historia de Jorge Baradit, podría -sólo podría- parecerles inexplicables las odiosidades de que es objeto de vez en cuando en las redes sociales, particularmente por los sectores de derecha, aunque también en la izquierda. Pero, leer sus comentarios, duros, rotundos, sin eufemismos, contra la injusticia, la mentira y la mala política, lo explica.

Es que este escritor convertido en personaje, y polémico además, provoca pasiones de distintos tonos. El no es un historiador. Pero ha contado trozos de la memoria de este país como ninguno. Y con un éxito de lecturas que ya se lo quisiera cualquier famoso de las letras.

Quienes vivieron el gobierno de Salvador Allende y sobrevivieron al golpe de Estado que acabó con la democracia durante 17 años, no pudieron dejar de revivir, paso a paso, aquella historia de luces y sombras que, en un lenguaje tan cercano, plasmó en  su última obra, “La Dictadura”.

Pero, también, estremece lo que reflexionó luego del asesinato de Camilo Catrillanca y la ola de violencia que se desató y que aún no se detiene. Lo escribió en su Facebook y dejó a miles mudos y ojalá, pensando. Vale la pena dejar una parte de ello en estas páginas:

“Creo que se equivocan los que piensan que el rechazo social frente a la muerte de Camilo Catrillanca se debe simplemente a la empatía con lo mapuche y por lo mapuche. El nivel de la reacción social frente a la muerte de Catrillanca tiene que ver con la empatía dolorosa que nos produce el abuso de poder y la desigualdad a la que estamos constantemente expuestos todos. En el contrato que firmamos, en el acuerdo inicial, cuando empezamos este juego social, se nos habló de igualdad frente a la ley, se nos dijo que nadie era mejor que otro, se nos insistió que el país es para todos. La palabra JUSTICIA, lo justo para cada cual, era uno de los principios sagrados”.

“Sin embargo, los ciudadanos tenemos que ver TODOS LOS DÍAS, como se manipula el tablero, como se esconden las piezas, como somos engañados y pasados por el aro cada día. Cuando el hijo de un poderoso mata a alguien, se le paga al tanatólogo, se soborna a los funcionarios, el teléfono funciona llamando a decenas de amigos, y el poderoso zafa a su hijo. El poderoso estafa a miles de chilenos y luego de mil triquiñuelas legales termina con clases de ética. El poderoso evade miles de millones de pesos y el Estado le condona la deuda. Un poderoso es capaz de movilizar a toda la policía para encontrar los bienes robados desde su casa en pocas horas. El poderoso consigue que el propio presidente de la República se movilice al lugar donde fue agredido. El resto del país va a la cárcel por una gallina, el Estado le quita todo por unas facturas de veinte lucas mal emitidas, es inimaginable carabineros entrando a golpear a un colegio privado o a matar a un condominio por un robo de autos”.

“Esta desigualdad, esta injusticia, nos tiene frustrados, amargados y tensos”.

Un poco de historia

Costó encontrar a Baradit. Entre giras, vacaciones, escritos y diseños -porque es diseñador-, finalmente llegaron sus respuestas, no sin antes advertir que “son las respuestas de un escritor, no de un analista político, me temo”.

¿Cuál es su historia personal? ¿De dónde salió Ud.? ¿Qué estudió? ¿Milita en  algún partido?

Soy un cabro chico de clase media baja del Valparaíso en los ’80. Criado de allegado en la casa de mi abuela por ella, mi mamá y hermana. Educado en escuelas fiscales y en un colegio meritocrático llamado Rubén Castro, un experimento educacional de la Universidad Católica de Valparaíso.
Fui un miserable tirapiedras sin ninguna relevancia durante la Dictadura, con suerte alguna vez acarreé panfletos. Participaba en las manifestaciones como miles de otros cabros porteños frustrados por el ambiente opresivo, falto de libertad y amenazante de la dictadura. Armábamos reuniones, bandas de punk rock, conversábamos sobre monstruos lovecraftianos, ovnis y ciencia ficción, queríamos derrocar a Darth Vader y ser héroes de la resistencia. Vivíamos en un estado alterado de conciencia, en una lucha mitológica entre el bien y el mal.

Lo que me queda de esa época es un profundo desprecio por los abusadores de todo tipo, un amor por la democracia y la igualdad, la libertad y el respeto mutuo. Esa época le regaló a mi generación la idea de que la democracia no es una cosa que se posee de hecho, un lugar común, sino una utopía que hay que seguir buscando y protegiendo, un espacio frágil que se riega con educación en el respeto y la fraternidad.

¿Cómo logró recoger el clima de espanto que se vivió en el antes, durante y después en su libro “La Dictadura”?

La historia, en su afán y responsabilidad por la justeza y el método, a veces pierde sangre. Es parte del costo de buscarse a sí misma como ciencia. Una de las cosas que puedo hacer desde mi posición de narrador es poner al lector en el centro de los eventos, no mirándolos desde lejos. Mis padres vivieron la UP, sus sueños y frustraciones; yo viví la dictadura, el estado alterado épico en el que vivimos y el choque con la realidad a partir del 6 de octubre de 1988. Es desde ahí, desde la experiencia y la información que construyo un relato que quiere sentirse vivo; desde la emoción. La historia son los eventos del ser humano, y en ellos hay sangre, sueños, dolores, esperanzas y tragedia que, a veces, se pierden en el relato historiográfico, tampoco es el deber u obligación del historiador o del investigador periodístico incluirlos, pero la emoción como puente para la instalación del relato no solo en la cabeza sino también en el corazón y las tripas es, al menos para mí, el camino correcto. Soy un narrador.

¿Para quiénes va dirigido su libro?

Primero, para todos. No había un libro sobre el arco completo de eventos, desde el ascenso de la UP hasta la muerte de Pinochet, que describiera de manera cercana y comprensible el proceso completo. Me interesaba ese relato abarcador, la gran panorámica con las grandes ideas y procesos detrás del devenir del país, presentado como una gran tragedia literaria pero desde lo doméstico, una ópera con el cerro Esperanza y una casita de madera de fondo.
También es un libro para que los más viejos no olvidemos y los más jóvenes vivan un poco lo que significa un gobierno autoritario. Sobre todo hoy que la serpiente anda de nuevo suelta y seduce fácil a los desmemoriados.

Un gobierno autoritario es la pesadilla del más débil, es el negocio del más fuerte. NUNCA se sale beneficiado de un gobierno así. En toda la historia siempre terminan en dolor, humillación, división y muerte. Nunca ha habido otro resultado.

¿Cuál es su opinión del gobierno de Piñera cuando ya van varios meses de gestión?

Poco hay para decir. Pero va por el mismo camino de su gobierno anterior. Para bien o mal, cuando recordamos el gobierno de Frei, hablamos de apertura al comercio exterior y la reforma penal; cuando hablamos de Lagos hablamos de Obras Públicas; del primer gobierno de Bachelet se recuerda el énfasis en lo social. Pero el primer gobierno de Piñera… se puede nombrar? Quedó algo? Este va por las mismas: administrar un modelo bien instalado en el que creen religiosamente, un zapato chino que no permite movimiento alguno, un modelo tan bien aceitado que no acepta más que pequeños ajustes si eres partidario de él.
Es un gobierno neoliberal y como todos hoy en día está en una deriva hacia el autoritarismo. No hay que sorprenderse por los niveles de violencia física y verbal que están utilizando estos gobiernos, comando jungla incluido. La promesa de que el neoliberalismo proveería justicia social y movilidad a través del esfuerzo individual ha resultado falsa, el poder sigue perteneciendo a una elite que se reproduce y el resto solo vive para capitalizarle el Olimpo como hamster en una rueda, jurando que está a punto de alcanzarlos.
A medida que la desilusión se generalice y supere ciertas cotas, a su vez el modelo irá necesitando de niveles cada vez más duros de represión y control de la información hasta bordear el despotismo, apoyado en esto, desgraciadamente, por los segmentos más básicos de la población.

Además, el modelo extractivista asociado (que es incapaz de detenerse, voraz en su búsqueda permanente de crecimiento) comenzará a exigir gobiernos más autoritarios o derechamente militarizados para asegurar la continuidad en la extracción y producción en ámbitos que la opinión pública cada vez rechaza más. Son gobiernos que deben mentir para asegurar la producción, como lo hace Trump negando el cambio climático, o Bolsonaro diciendo que va a aumentar la deforestación en el Amazonas porque los ambientalistas mienten.

En el fondo, cada vez habrá más gobiernos déspotas buscando impedir el freno a un modelo que está desbarrancando a la sociedad.

¿Qué opina de la actual oposición?

La izquierda zafó de la caída de los socialismos reales a través de una idea peligrosa: abrazó el modelo imperante para darle un cariz social, decían. Pero ya el 2011 quedó claro que esa idea no había producido mejores pensiones, mejor educación, mejor salud ni disminución de la desigualdad. Desde entonces la pregunta continúa en el aire ¿hay una nueva gran idea que oponer al modelo neoliberal? La verdad es que no ¿Sabemos cuál sería el modelo económico, la manera de gobernar si la izquierda retoma el poder? Tampoco. Quizás por eso el país optó por un «administrador» en las elecciones pasadas, porque no ve capacidad en el otro lado. La izquierda se fragmentó en un montón de ideas pequeñitas, una lista de supermercado que no le atañe al trabajador medio que deberían representar. Las causas de identidad son legítimas, urgentes y necesarias, pero no pueden ser EL programa de un sector político. Creo que esa idea ya está instalada. Además que esas causas no aspiran a cambios estructurales: si pensamos que este modelo nos explota, lo que buscan las causas de minorías entonces es ser explotado igual que el resto, no a un cambio cualitativo del modelo hacia adelante. La izquierda debería buscar la integración de esas causas legítimas y necesarias bajo la bandera del respeto mutuo, los derechos civiles y el humanismo. Después buscarse esa «gran idea» para oponer al neoliberalismo. Pero desde la administración pura y dura, no desde la ética (que le suena rancia y sinsentido a la mayoría cada más más pragmática y cínica), porque hace rato que la gente lo que quiere no es un país más justo sino una mejor repartija de la torta. Para un cambio ético queda mucho rato, el mundo va en otra dirección, la del individualismo, terreno de cultivo de esa idea regresiva que es el neoliberalismo, ley de la jungla del sálvate solo, deconstructora del ideal colectivo que tanto le ha costado a la humanidad levantar, único concepto que permite la inclusión de todos: los débiles, los fuertes, los necesitados, sin diferencias.
Yo discrepo, creo que es la derecha la que tiene relato (diminuto pero eficaz) y es la izquierda la que se ha quedado sin él. Pero no debe claudicar, ser de izquierda es rebelarse contra el orden natural del más fuerte e intentar, una y otra vez, diferentes maneras de levantar una sociedad justa para TODOS, no solo para los más fuertes y los más capaces. La tiene difícil porque es como pelear contra la ley de gravedad, pero es nuestro deber ético intentarlo siempre, simplemente porque nos consideramos seres humanos, no animales de la jungla imponiéndonos por un pedazo de carne.

¿Siente que a los jóvenes no les interesa para nada la política con mayúsculas? ¿Y al resto de los desconfiados ciudadanos que no votan o votan derecha?

El desprestigio de la derecha y la incapacidad propositiva de la izquierda hace que en este país esté todo listo para la aparición del populismo. Esos personajes carismáticos que se denominan “apolíticos”, que trabajan “para la nación” y que desbarrancan países. Demos gracias que no han aparecido. Kast carece de estas características y, además, rápidamente se asoció a la derecha y la ultraderecha, no aparece como interviniendo “desde fuera” de la política, sino desde dentro, es otro más del mismo sistema. No se ve como el outsider, la “tercera vía”, sino más bien como la versión más radical de la centroderecha, nada más.
El populista debe seducir a las masas menos preparadas, debe ser exhuberante, encantador, magnético, erótico, lejos del perfil de nuestro aspirante a führer local. Aunque puede intentarlo.

¿Cree que en Chile hay cabida para un Bolsonaro criollo?

En las elecciones pasadas se demostró que hay espacio para que un personaje así establezca un pequeño espacio de influencia que podría aspirar a crecer. Pero Chile es más bien pacato, no tiene alma radical. En los sesenta, con todo el zeitgeist imperante, con la revolución cubana ahí triunfando, con el horno para bollos… nos alcanzó para un socialismo por la vía democrática, no más.
Más que el espacio que puedan ganar en política me preocupa el espacio que puedan ganar en las calles grupos envalentonados de neofascistas apoyados y financiados por nostálgicos pinochetistas. Habrá violencia, amedrentamiento, ruptura de la convivencia, agresión física sin duda orientados a los grupos minoritarios y a quienes representen una amenaza para ellos. La democracia ha demostrado ser lenta en reaccionar siempre. Eso estresará la concepción de seguridad que tiene el pequeño burgués y comenzará a anidar ideas peligrosas sobre lo que el país necesita.
La amenaza vendrá además si este gobierno no lo hace bien en lo que se supone debe hacer bien, administrar, crecer económicamente y generar seguridad (control), porque ahí vendrá la pregunta ¿si ellos no pudieron, a quiénes deberíamos convocar entonces? Y ahí la pista se pone pesada, porque se podría elegir muy mal.

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