Militante comunista, Diputada de la República.
Faltaba solo un día para cumplir mis 15 años y salía temprano desde mi casa en Coronel con dirección a Concepción, ciudad en la que estudiaba mi enseñanza media. Ese fatídico 11 de septiembre iba acompañada de mi padre, Sebastián Acevedo Becerra. Íbamos cada uno a cumplir con nuestras labores diarias, él a trabajar y yo al liceo Fiscal de Niñas de Concepción.
Eran cerca de las 7:00 AM, y ya estábamos en el bus que nos trasladaría de Coronel hasta la capital regional. Fue en ese momento, en ese preciso momento cuando escuchamos por la radio el anuncio de un primer bando en el que decían que las Fuerzas Armadas se habían tomado el poder.
Con mucha angustia y miedo le preguntaba a mi padre qué significaba aquello, mientras veíamos como llegaban a la ciudad las primeras tanquetas que resguardaban la antigua cárcel de Concepción ubicada en Chacabuco 70, mismo lugar que hoy es un supermercado, y que fue el lugar que albergó a los primeros presos políticos.
Llegué ese ya lejano 11 de septiembre al liceo, el que se ubica a solo un par de cuadras de la extinta cárcel. Llegaba para celebrar el día del profesor. Todo estaba preparado para ello, pero con todo lo que ocurría la desesperación entre los estudiantes, profesores y directivos no había ánimo para celebrar. Los padres, durante la mañana, iban retirando a sus hijas del liceo. En mi caso, junto a otra compañera fuimos a ver si estaba mi padre en su trabajo, pero no estaba. Él andaba en el banco retirando dinero para el pago de los trabajadores, hecho que conocí después.
Sin noticias de mi padre, fuimos a otro lugar, donde unos familiares de mi compañera, allí almorzamos y descansamos, ya que habíamos caminado de extremo a extremo en la comuna.
Tras esto, al fin me pude reunir con mi padre y nos quedamos en la empresa esa noche, pudimos cenar, y dormir.
En el lugar había otros trabajadores, administrativos y empleados de toda índole, quienes despertaron cerca de las 6:00 AM. Mi padre me dijo que nos vayamos ya que lo más probable es que allanen la empresa. Salimos a las 6:30 y una media hora después efectivamente allanaron la empresa, deteniendo a quienes aún estaban ahí.
Tras estos hechos pudimos viajar a Coronel. Llegamos el día 12 de septiembre, día en donde cumplía 15 años.
Nos reunimos como familia para definir que debíamos hacer, saber que hacer en cualquier circunstancia, como por ejemplo al ser detenidos o ser encarcelados. Para mí y mi familia era imposible no pensar en esto, ya que mi familia es comunista y tenían cargos en la junta de vecinos, y mi abuelo padeció la llamada ley maldita de González Videla.
En ese contexto, nos dieron a entender como debíamos actuar ante eso. Yo, siendo la mayor de mis hermanos, fui quien recibió el sueldo que le habían pagado a mi padre, y si nos faltaba dinero, nos indicaron que debíamos vender y con que nos teníamos que quedar.
Esta era una situación política-social que rondaba a todos nuestros compañeros y compañeras que querían defender el gobierno de la Unidad Popular, un gobierno transformador, cuyas propuestas aún son necesarias y atingentes.
Compañeros y compañeras que se alzaron ante el genocidio, pero que no contaban con las herramientas para defenderlo, ni defenderse de las violaciones que agentes del Estado perpetraron con brutal violencia en los meses que le siguieron al golpe de Estado cívico-militar.
Mis padres, eran parte de este grupo que estaba dispuesto a defender el gobierno del Presidente Salvador Allende Gossens, esperando la orden para hacerlo, orden que llegó, pero solo para que cuidaran a sus familias, ya que la toma de las armas solo sería una guerra fratricida, ya que no había nada para llevarla a cabo.
De ahí en adelante, estuvimos en nuestra casa, oyendo un sinfín de bandos, pasando en el estado de sitio encerrados, en medio de un hecho que fracturó la democracia y la sociedad chilena como nunca antes se había visto, y como nunca más espero que ocurra.
Mi padre, en el intertanto, no podía ir a trabajar, quedando cesante al tiempo. Mi abuelo fue detenido y torturado en la Base Naval de Talcahuano. Mi … José Luis Ocares también fue detenido y torturado.
Fueron años de profunda oscuridad, la misma que viví cuando el año 1983 también padecí la violencia en dictadura. Fui secuestrada, golpeada, torturada de distintas formas, tanto psicológicamente, como físicamente, siendo empujada a reconocer delitos que no había cometido. Mi hermano Galo, vivía en paralelo la misma suerte que yo.
Pero un hombre consecuente, de palabra, obrero y sobre todo padre abnegado, no dudo en pedirle a la CNI que devuelva a sus hijos, y ante la nula respuesta de las autoridades de la época, en plena Plaza de la Independencia en Concepción, frente a la Catedral se prendió fuego, muriendo a raíz de las quemaduras, dejando este plano, pero transformándose para siempre en un símbolo para todos quienes creen en la democracia y los derechos humanos.
