Periodista.
No se necesita ser un experto para resumir el desempeño del fútbol chileno en 2020 dados hechos de indudable notoriedad como la confirmación de la superioridad de Universidad Católica (ya con tres títulos anuales al hilo), las salvadas de Universidad de Chile y de Colo Colo del descenso, y la preocupante inactividad de la selección (mucho más inquietante que el tardío nombramiento del nuevo técnico: al menos agradecemos que Martín Lasarte haya sido contratado antes de los próximos partidos clasificatorios).
Evidentemente habría que agregar algunos datos relevantes más: las más que aceptables campañas de Unión La Calera (segundo lugar), Unión Española y Palestino, cierto potenciamiento del fútbol femenino (pese a todas sus dificultades. Sugiero al respecto ver artículo publicado en Página 19 sobre el medio Contragolpe), la vuelta de Ñublense y Melipilla a la serie de honor y los descensos a la B de Universidad de Concepción, de Iquique y de Coquimbo (equipo que en pocas semanas pasó del éxtasis a la agonía: semifinalista de la Sudamericana con todos los merecimientos y, después, perdió la categoría en la contienda local), el descenso de Valdivia a la Segunda División (de reciente regreso y estadía en la serie B) y el ascenso a la B de Lautaro de Buin, un debutante en dichos escenarios. Podría incluir algunas menciones honrosas en materia de acontecimientos relevantes pero, eso sí, dan para otras líneas.
El panorama es poco halagüeño en la mirada general, agravado por las restricciones y la falta de masividad palpable a las que nos obligó la pandemia. Pero es esencial, como en todo orden de análisis, tener una mirada equilibrada y por ende constructiva, No es necesario llenar una columna de datos estadísticos y agregar una «guía telefónica» de nombres. Puede ser muy interesante pero no ayuda necesariamente a explicar un todo. Sin embargo me permito allí una pequeña licencia para señalar que el último campeonato de primera no fue el más largo en el sentido de terminar más tarde o por cantidad de fechas (los «privilegios» son para los torneos de 1983 y de 1999, respectivamente), pero sí el que tomó más tiempo: poco más del año, incluyendo meses inactivos por la contingencia sanitaria.
Podría citar, conforme a esa perspectiva, todos los problemas asociados al tiempo de inactividad entendida ésta como ausencia de partidos: falta de liquidez o de generación de recursos, rigurosos protocolos en los retornos a los entrenamientos, la aplicación efectiva del seguro de cesantía y otros vinculantes, pero su solo desarrollo de análisis daría para una columna aparte. Pero prefiero quedarme con todo lo amable y los aspectos con menos, o nulos, motivos de orgullo más visibles para la audiencia. Primeramente creo que la actividad funcionó casi ejemplarmente desde el punto de vista sanitario.
UC: sólo la confirmación de una supremacía
Los nobles y porfiados hechos constituyen una siembra que, ante toda dificultad, suelen terminar en una cosecha notablemente satisfactoria. Acá no caben los halagos gratuitos a las sociedades anónimas (cuya validación, o fracaso total, es todavía un debate a medio camino), sino el premio a la coherencia institucional, una materia en la que Universidad Católica se ha esforzado mucho desde poco después de su último paso por la antigua segunda división, a fines de los años 70.
Al respecto, y en 40 años, los primeros equipos de Universidad Católica ganaron campeonatos pero, salvo temporadas muy puntuales, no establecían récords y menos primacía totales a diferencia de lo que exhibían clubes como Colo Colo y de la «U». En 2020 Católica no hizo una campaña descollante ni tuvo un plantel que le permitiese actuar con soltura en dos frentes (el internacional le pesó y mucho), pero fue suficiente para tomar distancia de sus competidores más cercanos (que ni siquiera fueron los tradicionales) y poner de relieve que la clave está en un trabajo ordenado en casa, con una fuerte promoción de figuras jóvenes al primer equipo, la contratación de refuerzos conforme a la línea establecida por los responsables del tema futbolístico, disciplina en el mejor sentido de la palabra más un juego asociado y frontal. Y así fue campeón, como en 2018 y 2019. Todo un ejemplo.
En cuanto a figuras, habrá que señalar que el concepto de coherencia se ve reforzado pese a haber tenido tres diferentes entrenadores en estos tres años: el español San José fue algo más pragmático y los argentinos Quinteros (el mismo del reciente Colo Colo) y Holan (el último adiestrador) brindaron al equipo mayor contundencia pero la solidez del juego fue una constante.
En cuanto a los jugadores, los hombres destacados irrumpen con cierta facilidad pero siempre se cometerá la injusticia de omitir a alguno o no subrayar su nombre como merece. Los argentinos Dituro (que se fue afirmando bajo los tres palos), Aued, Buonanotte y el goleador Zampedri sobresalen tanto como los nacionales Fuenzalida y Puch, pero no puedo evitar mencionar a las figuras más jóvenes: diez canteranos cruzados que tuvieron minutos en el torneo 2020. Entre ellos sobresalieron Saavedra, Rebolledo y Valencia. Sin duda todos tendrán grandes oportunidades en 2021.
En el plano internacional – y con todo respeto a eventuales adversarios- no creo que la UC esté tan lejos de Palmeiras o Santos (campeón y vicecampeón de la Libertadores), que dejaron en el camino a los muy linajudos River Plate y Boca Juniors, respectivamente. Lo mismo cabe en torno al monarca de la Sudamericana: Defensa y Justicia. El juego del equipo de Crespo me causó muy grata impresión. En síntesis la receta es simple, no sólo pensando en adversarios brasileños y argentinos, sino en todos: aumentar en cantidad con calidad el plantel conforme a los requerimientos tanto nacionales como internacionales y seguir trabajando duro. El talón de aquiles de Católica es un mal vigente del balompié chileno: un plantel corto.
La «U», Colo Colo y la selección: crisis circunstancial, crisis mayor y…no hay tiempo
En términos netamente estadísticos la «U» no hizo una mala campaña. Si nos situamos imaginariamente en la era en que los puntos por partido ganado eran dos (hasta 1994) las sobredimensionadas 52 unidades que sacó hubiesen sido 39. Para un equipo que salió tercero en un campeonato de 18 elencos no es un resultado descollante, pero es bueno.
¿Cuál es el problema de la «U»? Algo que Caputo no fue capaz de resolver, como tampoco lo ha hecho Dudamel: identidad. Los hinchas, en su mirada más sensata, observan a un equipo capaz de luchar, que mejoró en su defensa, que llegó al área rival, pero que a la vez no fue profundo y le costó llegar al gol. No se puede depender eternamente de Montillo y Larrivey. Ratificado el venezolano como entrenador del primer equipo, la regencia azul, a través de la dupla Vargas-Goldberg, deberá gestionar la llegada de los refuerzos necesarios para llegar a una mayor contundencia ofensiva y, pese a sus mejoras, reforzar el plano defensivo, donde todavía se advierten debilidades.
En lo que concierne a Colo Colo, las opiniones que llaman a la ponderación y a la sensatez, muchas de ellas formuladas incluso por parte importante de sus hinchas, ponen de relieve que el triunfo para evitar su primer descenso -1 a 0 a Universidad de Concepción, en Talca; gol del argentino Solari, de 19 años- no fue un acontecimiento para celebrar sino que más bien sólo el último escollo para sortear lo que hubiese sido la coronación más estruendosa del fracaso del primer equipo en lo futbolístico y de las decisiones de la sociedad anónima Blanco y Negro que repercutieron al respecto.
Descartado Paredes para 2021 (hay consenso, al menos, en que el goleador histórico de los albos deberá ser objeto de una gran despedida) y casi confirmado Morón como nuevo gerente deportivo, ambos movimientos son símbolo inequívoco de los deseos de la plana directiva de replantear, repensar y proyectar los destinos del ámbito futbolístico del club más popular del país, tras el decimosexto lugar (entre 18 escuadras) logrado en la primera A de 2020. Una mayor atención al fútbol formativo de la propia institución (ámbito que, por sí solo, goza de mejor salud) parece ser la clave para mejorar de aquí en adelante. ¿Una especie de revival de 1986,1995 ó 2002? El tiempo lo dirá.
Respecto de la selección, Martín Lasarte sostuvo que trabajará sobre la base que dejó Reinaldo Rueda. Dada su acostumbrada decencia en el plano personal (hay que decirlo) nada hay de incoherente y poco razonable en las palabras del técnico uruguayo. Queda algo más de un mes y el escaso margen de acción debiese dar paso, al menos, para incorporar, o descartar, a algunos jugadores. Lo anterior se refuerza por los problemas continuos de facilitación de futbolistas eventualmente nominados desde los clubes a la selección (nada nuevo bajo el sol).
