Analista.
José Antonio Kast recorre el país hablando con la gente. Ha construido un discurso bien estructurado, lleno de afirmaciones que nos sorprenden, él disemina sus barbaridades sin temor. Se ha metido en medio de la ciudadanía. También usa los medios, las redes sociales, pero sobre todo habla mirando a jóvenes y ciudadanos a los ojos. Enfrenta con decisión a sus contradictores en los medios, golpea donde más duele. Ahora ha viajado a La Araucanía con sus Cyborgs Patriotas que graban y difunden sus dichos en las redes sociales para amplificar el efecto. Dice: en La Araucanía hay buenos y malos, estos deben ser eliminados y apoyados los buenos. Apoyar a los que harán ese trabajo, Carabineros. Las comunidades son muchas y los malos son pocos. La gente vive con miedo. El gobierno no es capaz de proveer seguridad y el asesinato de Catrillanca ha sido un lamentable accidente. Nadie puede creer que un carabinero se levanta dispuesto a matar a alguien. No se ven parlamentarios en la zona porque no les interesa y la izquierda saca provecho político de la situación avanzando. La militarización es una mentira. Se trata de proteger a los buenos quienes deben vivir felices y hoy día viven con miedo.
Lenin no usaba redes sociales sino octavillas y el periódico Iskra, en donde vaciaba sus ideas y no se lo dejaba arrebatar. Sus libros, en ediciones baratas, circulaban profusamente. Pero sobre todo recorría Rusia personalmente, diseminaba su discurso revolucionario, miraba a los trabajadores, militares y estudiantes a los ojos. Se metía en lo profundo de la ciudadanía. Denunciaba a la dictadura zarista, explicaba sus razones, las causas profundas de las condiciones en que el gobierno tenía a los ciudadanos, militares, obreros y campesinos, la necesidad de un cambio, en dónde estaba el sustento de su propuesta revolucionaria, lo imprescindible que era crear una organización capaz de conducir todo ese complejo proceso político. Lo llamó el Partido Social Demócrata de Rusia que era minoría en la Duma, es decir bolcheviques.
Kast llama al suyo, Acción Republicana, se apoya en pequeños grupúsculos de fanáticos y semi clandestinos como Cyborg Patriota, y su situación es minoritaria igual que el partido de Lenin en sus comienzos. Los bolcheviques eran la minoría. Lenin los convirtió en mayoría por medio de su prédica, sus arengas en pequeños círculos primero y en grandes concentraciones después, cuando sus ideas prendieron con extraordinaria fuerza desde la profundidad de la ciudadanía porque eran verdad. Encaramado en trenes y barcos difundía sus propuestas.
Kast está haciendo uso, a través de un inteligente diseño operativo, de un vacío. Trata de volcar ese vacío y ese riesgo a su favor. Actúa a lo Lenin recorriendo el territorio. Ese vacío que se abre entre el gobierno de Piñera descontrolado debilitándose y las expectativas que debiera tener la ex Nueva Mayoría o lo que nazca en el futuro.
¿Cómo es?
El gobierno de Piñera, ya se ve, no puede cumplir todo lo que ofreció. No podrá la derecha gobernar cuatro años más. Piñera destruye sus propios proyectos y expectativas víctima de su personalidad, de la ansiedad por ser el único, el mejor, el triunfador. Pues ¿qué le dirá a la ciudadanía al intentar gobernar de nuevo? ¿Qué ahora si que sí? ¿Lo mismo que dirán quienes reemplacen a la Nueva Mayoría? ¿Cometimos errores, pero ahora no?
La credibilidad ha sido la primera víctima de esta coyuntura y eso es fatal en política. Han caído en el descrédito instituciones estructurantes de nuestro país, los sobajeados discursos políticos no le interesan a nadie. ¿Por qué? Lenin decía: Las transformaciones maduran cuando los que gobiernan ya no pueden seguir gobernando como lo hacen y los gobernados no quieren más vivir como están viviendo. Agregaría, además, cuando los gobernados empiezan a saber lo que verdaderamente ocurre. Para romper ese estatus y encantar a los desheredados hay que proponerles algo que sean capaces de creer, éstos tienen que creer y ya no creen. Kast no está gobernando ni ha gobernado nunca, incluso se distancia del gobierno. Por ello lucha por hacerse de la credibilidad desde una postura impoluta y temeraria. Su amenaza es fuerte, apela a un amplio catálogo de miedos, su discurso, desde la obviedad y la audacia, puede ir haciéndose creíble, enraizándose. El está en condiciones de esconder que representa más de lo mismo en medio de una lluvia de obviedades. El sigue el consejo del nazi Goebels: “el discurso debe estar dirigido al más ignorante de los asistentes”.
¿Por qué los políticos de izquierda no pueden hacer lo mismo? ¿Cómo se recupera credibilidad? ¿Cómo se nutre una propuesta que arranque de las entrañas de la ciudadanía?
Antes que nada, hay que retomar todo lo que perdimos por múltiples razones. Perdimos: el lenguaje, los conceptos, las verdaderas estructuras orgánicas diseminadas profundamente entre la gente, por lo tanto, la capacidad de recibir las voces de los desheredados, la posibilidad de conducir, de decir qué y cómo, la maravillosa posibilidad de ser creíbles.
Nos dejamos mediatizar, dejamos de luchar en nuestros términos y adoptamos los términos de nuestros adversarios. Abandonamos las herramientas conceptuales que significaban lo que creíamos, lo que deseábamos para los chilenos. Aceptamos que la realidad política adoptara una configuración que fortalecía a nuestros adversarios y no a nosotros. Dejamos que nos quitaran la voz, nuestros iskras y nuestras octavillas. El acomodo es tibio y dulce, tanto como el dinero, pero nos aleja de nuestro material fundamental, el pueblo que parece que dejó de interesarnos pues no los necesitamos para cobrar, excepto para seguir donde estamos.
No sé si aún podemos retomar los rumbos futuros, parándonos, apoyándonos en todo aquello que nos hacía fuertes y creíbles o seguiremos tratando de hacer algo desde esta orfandad, sin representar a nadie, sin grandeza ni herramientas orgánicas, sin dispositivos de comunicación que diseminen nuestra voz sin distorsiones, como nosotros queremos que se disemine, vamos enredados en un enjambre de contradicciones, opciones, propuestas dislocadas de sí mismas, desde donde emanan personajes circenses jugando a ser solamente ellos sin atinar en el qué y en el cómo respecto de un pueblo que solo saben que existe y vota.
Entretanto, Kast recorre el país, hablándole a pequeños círculos, mirando a los ojos, busca vender su discurso a lo Lenin. Puede decir ¿por qué no? Ahora sí que sí, convirtiéndose en algo creíble, llegando a ser un Bolsonaro piñufla.
J.A. Kast debe ser confrontado en nuestros términos, enfrentado entre la gente, se le debe disputar en los pueblos, organizaciones y universidades. Es duro y difícil pretender sellar ese vacío. Si no lo hacemos, después sin llorar.
