viernes, abril 26, 2024
OpiniónY Te Compraste un Auto, Perico…

Y Te Compraste un Auto, Perico…

Crédito foto: Captura web YouTube.

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Viendo el documental “La Batalla de Chile” de Patricio Guzmán, muchos quedamos asombrados de como éramos los chilenos durante esos años de la Unidad Popular. Especialmente, la gente sencilla, humilde, los trabajadores, las dueñas de casa, los campesinos, los estudiantes. Todos aquellos a los cuales el Presidente Allende dedicó su emotivo y hermoso discurso final. Escuchamos a personas letradas, tal vez sin haber completado su enseñanza básica; escuchamos a gente sabia, con esa sabiduría que da la vida y sus dolores; escuchamos a dirigentes populares de campesinos, obreros, pobladores o estudiantes rebosantes de lealtad, una lealtad y una incondicionalidad hacia el proceso de cambios que se vivía y hacia su líder que nos emocionó profundamente.

Porque habíamos olvidado que el chileno fue así. Hombres y mujeres que, tras tres intentos, lograron elegir a su presidente, al líder en quien depositaron sus sueños, sus aspiraciones y la solución de sus necesidades más apremiantes. Hombres y mujeres que vivieron el triunfo de la Unidad Popular como el inicio de un camino propio, un camino que se haría al andar y del que nada ni nadie podría apartarlos. Hombres y mujeres llenos de ilusión, de alegría, de fe, de esperanza, de orgullo por lograr lo que casi se creía imposible. Una revolución de empanadas y vino tinto. Una revolución lograda a punta de votos, en la que creían a ciegas y que apoyarían sin descanso ni renuncios.

Pero quizás lo que más nos impactó de esos testimonios recogidos por Patricio Guzmán fue la lealtad de todas esas personas, comunes y corrientes pero con un nivel de compromiso político inimaginable hoy en día. Un compromiso vital, real, desde las vísceras, desde el corazón ardiente, desde la razón más profunda, desde los argumentos que les daban sus sufridas y abnegadas historias de vida. Eran palabras que calaban el alma. Porque eran tan auténticas, tan profundas y tan sencillas a la vez.

Esa lealtad se la robó la Dictadura, además de miles de otras cosas y de tantas vidas. Quizás las vidas de tantos de esas personas que escuchamos hablar en el documental… Porque era imaginable ver esas escenas y pensar en lo que ocurriría pocos días después, al desencadenarse el horror y la tragedia. ¿Cuántos de esos rostros ya no estarán, cuántos habrán sido apresados, torturados y e ejecutados? O hechos desaparecer. Es tan doloroso imaginar ese desenlace al irlos escuchando en todas esas hermosas secuencias que encadenó Patricio Guzmán en su Batalla de Chile. Saber que es tan probable que fueran exterminados, como lo fueron tantos.

La Democracia nos devolvió otro tipo de chilenos. No es de extrañar, en todo caso. Porque el horror y el miedo hacen mella. Porque la impostación se va pegando a la piel. Es difícil que no cambiemos si debemos pretender ser quienes no somos durante casi dos décadas. Pasar “piola”. Que nadie se vaya a dar cuenta que no eres del bando vencedor, que eres militante, o ayudista, o simplemente que no estas con el Dictador y sus secuaces. Que lees diarios y escuchas radios prohibidas a escondidas. Que te juntas con amigos y cantan encerrados, casi como en catacumbas, “El pueblo unido”. Que no sabes que piensan tus nuevos vecinos. Ni tus compañeros de trabajo. Ni tus nuevos compañeros de la Universidad. Que sufres con cada control de identidad y sudas frío cuando de topas con una redada o vives un allanamiento en tu población o te detienen por toque de queda.

Esa impostación cotidiana, por años y años, hace mella. Y se te convierte en un disfraz que ya te es difícil sacarte. Pero también ocurre que te van atiborrando de una nueva ideología, una cantaleta diaria por todas las vías imaginables, donde te dicen que tener es mejor que ser. Que apostar por ti es mejor que apostar por los demás. Que si nada haces, nada tienes que temer. Que debes rascarte con tus uñas porque nadie lo hará por ti. Que la Polla Gol te puede resolver todos los problemas. Que ver Sábados Gigantes es más entretenido que ir a una peña folklórica, donde además corres riesgos. Que la prédica debe ser hoy por mí y mañana por nadie. Que los supuestos desparecidos estaban vivos y se exterminaban como ratas. Y te lo van diciendo en grandes titulares, con voces de figuras famosas que conducen los noticieros de la tele. ¿Cómo va a ser todo mentira?, te vas preguntando y empiezas a dudar. O prefieres no pensar. Más cómodo, más fácil. Y no meterte en problemas. Y problemas es todo lo relacionado con ayudar o apoyar a quienes sufren. No te vas a sumar a una marcha callejera porque te pueden echar de la pega si te pillan. No vas a sumarte a las protestas contras las torturas que hacen unos locos audaces que ser hacen llamar Sebastián Acevedo porque eso sí que te puede traer problemas. No vas a entrar a un partido político porque están prohibidos. Mejor te vas al Estadio Nacional a ver al Colo y te olvidas que allí fueron torturadas y asesinadas personas porque pensaban distinto.

Del ser y tener

Y entonces vuelve la Democracia y ya eres otro. Nunca volverás a ser el de antes. Y si naciste durante esos años negros del horror, aprenderás –o te enseñaran- que ya no se puede ser como antes, que los “upelientos” hicieron puras embarradas y por eso los mataron o exiliaron. Que tú debes ser distinto. Que hoy es el tiempo de tener, tener y tener. El saber ocupa mucho lugar, no sirve mucho y sale caro, además. No están los tiempos para endeudarse estudiando. Entonces, mejor te pones a trabajar. Te compras un auto, como lo hizo Perico durante la Dictadura, y así conquistó a Ismenia, y aunque sea en 60 cuotas, dejas de andar en micro. Y sacas hartas tarjetas de crédito. Así puedes ir comprando todo lo que necesitas y que tu escaso sueldo no te permite. Total, se paga después. Y “ni te mueves del escritorio” y te dan un préstamo para comprarte la tele grande. Y otro para irte al mundial de Francia. Y ves a la dupla Sa-Za en vivo, paseando por Paris.

Y se te va olvidando que hace 30 años hubo un golpe de Estado. Porque ya estás de vuelta en democracia y te dicen que la alegría ya llegó. No sabes bien donde estará, pero llegó. Y te vas acostumbrando a andar en auto, y a cambiarlo antes de 3 años, como lo hacen los que saben de autos… Y a postular a un casa con el Serviu. Bastante chica, casi diminuta, pero casa propia al fin. Y pones a tus hijos en un colegio inglés, porque los municipales gratis son muy malos. Y no te gusta que tu hijo se haga de malos hábitos. Y empiezas a planificar viajes al extranjero con la Master y te sientes poderoso.

Y ya no eres ni la sombra de lo que fueron esos chilenos que vimos en el documental de Pato Guzmán. Esa solidaridad con los más desvalidos, esa lealtad a toda prueba hacia un proyecto social, te la volaron de un plumazo. O en varios plumazos, porque fueron años de machacarte la cabeza y abollarte las ideologías, como decía Mafalda. Y así no es fácil mantenerte incólume. De eso de trataba el sistema, ese que implantaron después del 73, y en el cual fuimos conejillos de indias los chilenos. De cambiarte el casette. Que fueras otro, más funcional al nuevo esquema económico-social. Que se te olvidaran esos valores añejos que te habían inculcado y que no servían para mucho. Ahora podías ser un ganador, un winner, un “zorrón”, y vestirte con zapatillas de marca. Y hasta hacerte narco y ser como los de las series colombianas. Con autos de “alta gama” para pasear a las minas y lucirte con tus pistolas.

Hasta que te diste cuenta que todo estaba mal. Que te habían engañado. Y estallaste e hiciste estallar ese mundito idílico en mil pedazos. Y pediste cambios profundos para volver a ser como éramos los chilenos de esos años 70. Más solidarios, más leales con las causas en las que creemos y por las que luchamos. Para construir de verdad un mundo más justo, donde el ser sea otra vez más importante que el tener.

Ojala no se te vuelva olvidar. Y no cometas “errores” como fingir que tienes cáncer para ganar una elección…

 

Patricia Collyer
Patricia Collyer
Periodista y Psicóloga.

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